LA COLUMNA DE BOFF
Las fuentes son exiguas, como el evangelio de Tomé, la Didajé y la Quelle («fuente» en alemán, sub-texto común a los evangelios de san Lucas y de san Mateo), todos anteriores al año 50. Varios son los investigadores católicos y evangélicos que se han destacado en este área como H. Köster, J. Kloppenborg, D. Kyrtatas y P. Brown entre otros. Pero el más perspicaz y erudito de todos es el católico irlandés-estadounidense J. D. Crossan, presidente de la sección sobre el Jesús histórico de la «Society of Biblical Literature» y coordinador del «Jesus Seminar». Entre sus distintas obras se destacan principalmente dos: «El Jesús histórico: la vida de un campesino judío mediterráneo» (1991) y «El nacimiento del cristianismo: lo que sucedió en los años inmediatamente posteriores a la ejecución de Jesús» (1998). Este último, con más de 600 páginas, representa una combinación interdisciplinaria de enfoques antropológicos, históricos, literarios y arqueológicos en un intento por reconstruir los contextos que permitieron el nacimiento del cristianismo como interacción de Jesús con sus compañeros y con el mundo que les rodeaba.
Así, hemos venido a saber que muchos artesanos y campesinos, como Jesús y su grupo, vivían en la resistencia radical pero no violenta contra el desarrollo urbano de Herodes Antipas y el comercialismo rural de Roma en la Baja Galilea de finales de los años 20. El contexto más general era la oposición cerrada por parte de la patria judaica al internacionalismo cultural griego y al imperialismo militar romano.
El cristianismo histórico, según Crossan, es fruto de tres tradiciones que se fueron entrelazando. La primera es la Tradición de la Vida, que enfatiza los dichos de Jesús y propone un modo de vida inspirado en sus comportamientos libertarios. Tiene un cuño campesino, pues medró en la Galilea rural. La segunda es la Tradición de la Muerte y de la Resurrección, que procuraba entender por qué Jesús fue asesinado si después fue resucitado. La resurrección era entendida en el cuadro de la apocalíptica, que afirmaba el carácter cósmico del fenómeno: el comienzo de la renovación del mundo y de la transfiguración del ser humano. Ésta es más urbana, pues fue elaborada a partir de Jerusalén. La tercera es la Tradición de la comida común. Eran tanto comidas reales como comidas compartidas comunitariamente que simbolizaban la justicia equitativa de Dios. Lo importante no era el «pan», sino «repartir» el pan. En este contexto se situaba la celebración de la eucaristía. La Tradición de la comida unía las dos tradiciones referidas.
Para la Iglesia en estado naciente no eran suficientes los dichos, la vida, la muerte y la resurrección de Jesús. Todo debía desembocar en la mesa común, en la comensalidad, pues es la que permite abrir los ojos a personas como los jóvenes de Emaús, y reconocer la presencia divina en este mundo. Estos datos son relevantes para entender el cristianismo en sus orígenes, más práctico que dogmático.
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