LA COLUMNA DE BOFF
Hoy, a través de los medios de difusión, imágenes y gentes de todo el mundo nos entran por los tejados, puertas y ventanas y conviven con nosotros. Es el efecto de las redes globalizadas de comunicación. La primera reacción es de perplejidad, que puede provocar dos actitudes: o de interés para conocer mejor, lo cual implica apertura y diálogo, o de distanciamiento, que presupone cerrar el espíritu y excluir. De todas formas, surge una percepción insoslayable: nuestro modo de ser no es el único. Hay gente que, sin dejar de ser gente, es diferente. Es decir, nuestro modo de ser, de habitar el mundo, de pensar, de valorar y de comer no es absoluto. Hay mil otras formas diferentes de ser humanos, desde la forma de los esquimales siberianos, pasando por los yanomamis de Brasil hasta llegar a los sofisticados habitantes de condominios cerrados, donde se autoprotegen las élites opulentas y atemorizadas. Lo mismo se puede decir respecto a las diferencias de cultura, de lengua, de religión, de ética y de ocio.
De este hecho surge, de inmediato, el relativismo en dos sentidos: primero, importa relativizar todos los modos de ser; ninguno de ellos es absoluto hasta el punto de invalidar a los demás; se impone también una actitud de respeto y de acogida de la diferencia porque, por el simple hecho de estar ahí, goza del derecho de existir y co-existir. Segundo, lo relativo quiere expresar el hecho de que todos están de alguna forma relacionados. No pueden ser pensados independientemente unos de otros porque todos son portadores de la misma humanidad. Debemos ampliar, pues, la comprensión de lo humano más allá de nuestra concretización. Somos una geosociedad, una, múltiple y diferente.
Todas estas manifestaciones humanas son portadoras de valor y de verdad. Pero son un valor y una verdad relativos, o sea, relacionados unos con los otros, autoimplicados, siendo que ninguno de ellos, tomado en sí mismo, es absoluto.
¿Entonces no hay verdad absoluta? ¿Vale el every thing goes de algunos posmodernos, es decir, el «vale todo»? No es que valga todo. Todo vale en la medida en que mantiene relación con los otros respetándolos en su diferencia. Cada uno es portador de verdad pero nadie puede tener el monopolio de la misma. Todos, de alguna forma, participan de la verdad, pero pueden crecer hacia una verdad más plena, en la medida en que se abren unos a otros más y más.
Bien decía el poeta español Antonio Machado: «Tu verdad no; la verdad, / y ven conmigo a buscarla. /La tuya, guárdatela». Si la buscamos juntos, en el diálogo y en la cordialidad, entonces desaparece cada vez más mi verdad para dar lugar a la Verdad comulgada por todos.
La ilusión de Occidente es la de imaginar que la única ventana que da acceso a la verdad, a la religión verdadera, a la auténtica cultura y al saber crítico es su modo de ver y de vivir. Las demás ventanas solamente mostrarían paisajes distorsionados. Occidente se condena a un fundamentalismo visceral que en otro tiempo le llevó a causar masacres por imponer su religión y, hoy, guerras para forzar la democracia en Irak y en Afganistán.
Debemos hacer buen uso del relativismo, inspirados en el arte culinario. Hay solo un arte culinario, el que prepara los alimentos humanos. Pero se concreta en muchas formas, en las distintas gastronomías: la mineira o la nordestina en Brasil, la japonesa, la china, la mexicana y otras. Nadie puede decir que una sola es la verdadera y exquisita, y las otras no. Todas son exquisitas a su manera, y todas muestran la extraordinaria versatilidad del arte culinario. ¿Por qué con la verdad debería ser diferente?
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