El gran filósofo de la educación y, además, destacado filólogo, Werner Jaeger, a mediados del siglo XX escribió un libro titulado “Paideia”, que quiere decir educación en griego. Este libro fue tan significativo que permitió comprender la cultura griega de manera más amplia y profunda que todos los aportes hechos por los diferentes autores sobre la civilización helénica. La razón de este hecho se debe a que la educación es el fundamento último de toda cultura. La educación hace que quienes la han recibido vean la sociedad en que viven de una determinada manera. Claro que puede haber casos en que el educando lo ve de diferente modo. Pero se trata de excepciones. Educación y concepción del mundo son como el anverso y el reverso de una medalla. Pero el tipo de educación que reciban los miembros de una colectividad, además, permite que se reproduzca la cultura en que estén sumidos. La educación desencadena un proceso que podría llamarse ‘genético’. Con cada generación de educadores, la sociedad en que viven quienes pasaron por las aulas ven un mundo nuevo. Toda generación vive a la vez un mundo diferente y una conexión con el pasado. Así, a través de la historia, el modo como los seres humanos ven su mundo se va realizando de manera permanente. Pero en el mundo antiguo, como en la época de las monarquías absolutas, el pueblo no recibía ninguna educación. La educación solo es recibida por la clase privilegiada que gobierna el país sin importarle los sufrimientos del pueblo. Hasta que, exasperado por esta situación, se levanta y estalla una revolución. Se pasa así de una visión del mundo a otra diferente y, para poder sostenerse en esta situación, hay que educar al pueblo. De esta manera se van formando generaciones cada vez más permisivas, hasta que se llega al sistema democrático. La educación progresa rápidamente. Y se llega a los tres niveles: primario, secundario y universitario. Hoy se amplía el sistema con el kindergarten y los nidos.
El éxito de la educación democrática depende, como es obvio, de la calidad de los maestros. Esta calidad varía según los diferentes países. Pero de manera general, se puede describir cuáles son los rasgos característicos del buen maestro. En primer lugar, debe tener una profunda vocación. No debe aceptar un puesto porque esté bien pagado, sino porque tiene la ocasión de enseñar y de realizar su vocación. Sin embargo, todo maestro debe recibir una buena remuneración, no porque tenga ambición económica, sino porque en un estado de pobreza que le impida vivir decentemente, por más vocación que tenga, su enseñanza no estará a la altura de su vocación.
El gran problema de la educación en nuestro país es que el Estado no dispone de recursos suficientes para pagar a los maestros –tanto de las escuelas como de las universidades públicas– el mínimo necesario para que puedan vivir decentemente. Un maestro verdadero, es decir un maestro por vocación, puede aceptar un sueldo modesto, siempre y cuando le permita vivir con un mínimo de comodidad, más aun si está casado y tiene hijos.
La única forma de lograr que los maestros estén pagados de acuerdo con la función que desempeñan, que es la más importante del país, pues sin maestros no puede haber ni ingenieros, ni abogados, ni administradores de empresas, ni ningún tipo de profesión, es renunciar a ciertos proyectos que pueden ser espectaculares y aumentar la popularidad del gobierno, pero la tentación de tener un índice de aprobación alto impide que la educación en el país pueda progresar. Y sabemos hoy que la educación estatal está en pésimas condiciones, sobre todo la primaria. Lo que sucede es que quienes manejan el gobierno no se dan cuenta de que subiendo el nivel de la educación, en poco tiempo aumentará la tan ansiada popularidad. Es increíble que no vean con claridad que, de todas las ramas del gobierno, la principal es la de educación.
Mientras esta situación persista, nuestro país jamás podrá alcanzar un desarrollo verdadero en que la pobreza pueda desaparecer del país y el bienestar pueda ser inclusivo. Es cierto que alcanzar esta meta puede durar mucho tiempo, pero es la única manera. No hay otra.
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