Zenón Depaz Toledo
La Primera Online, 8 de julio de 2008
Terminando de arrasar, de madrugada, los muros de la ciudad universitaria de San Marcos, el alcalde Castañeda dijo que “no se puede detener la modernización”. Curiosa manera de entender la modernidad, asociándola con cosas, no con mentalidades ni modos de ejercer las relaciones sociales. Así, tener en la sala aparatos de última generación nos haría “modernos”, aunque pasando a la cocina hallemos que quien cuida de ellos es la “sirvienta”, tratada también como una cosa. Con ese mismo criterio, otros alcaldes destruyen nuestro patrimonio cultural, dejando pantagruélicas “obras” de cemento que, para ellos, son la modernidad, aunque el autoritarismo y el cacicazgo sigan siendo su sello político.
La situación actual de San Marcos, con los muros derruidos, para recortarle 28,700 m2 de terreno, sin acceso vehicular ni seguridad alguna por varias cuadras a la redonda, con estudiantes y docentes expuestos a robos y asaltos, no podía ser más deprimente ni sublevante. ¿Qué de moderno tiene afectar de este modo a la primera universidad del país, para dar prioridad a una elefantiásica pista con quince carriles que opiniones técnicas autorizadas juzgan innecesarios? ¿Son modernos los sofismas del regidor Delgado que, tras destruir los muros afirma sin rubor que San Marcos “se beneficiará” con la construcción de un muro “moderno”? ¿Qué de moderno tienen las actitudes autoritarias que ridiculizan la legítima demanda ciudadana de diálogo?
La universidad pública es una institución clave para la modernización del país, tanto porque contribuye a su democratización, al garantizar el acceso a la educación superior sin otra restricción que la capacidad académica, cuanto porque con la investigación que se esfuerza en desarrollar, pese al escaso presupuesto que tiene para ello, genera conocimiento que permite incorporar valor agregado a nuestra producción, tarea que las universidades privadas, “con fines de lucro”, que han inundado el país con una oferta de formación profesional deleznable, no tienen interés alguno en cumplir, pues no encaja en su lógica de rentabilidad de corto plazo. Es, por tanto, significativa la indiferencia, sino complicidad, del gobierno central frente a la agresión que hoy padece San Marcos; constituye una pésima señal de la importancia que tiene en su agenda no sólo la universidad pública, sino la educación en su conjunto.
La situación actual de San Marcos, con los muros derruidos, para recortarle 28,700 m2 de terreno, sin acceso vehicular ni seguridad alguna por varias cuadras a la redonda, con estudiantes y docentes expuestos a robos y asaltos, no podía ser más deprimente ni sublevante. ¿Qué de moderno tiene afectar de este modo a la primera universidad del país, para dar prioridad a una elefantiásica pista con quince carriles que opiniones técnicas autorizadas juzgan innecesarios? ¿Son modernos los sofismas del regidor Delgado que, tras destruir los muros afirma sin rubor que San Marcos “se beneficiará” con la construcción de un muro “moderno”? ¿Qué de moderno tienen las actitudes autoritarias que ridiculizan la legítima demanda ciudadana de diálogo?
La universidad pública es una institución clave para la modernización del país, tanto porque contribuye a su democratización, al garantizar el acceso a la educación superior sin otra restricción que la capacidad académica, cuanto porque con la investigación que se esfuerza en desarrollar, pese al escaso presupuesto que tiene para ello, genera conocimiento que permite incorporar valor agregado a nuestra producción, tarea que las universidades privadas, “con fines de lucro”, que han inundado el país con una oferta de formación profesional deleznable, no tienen interés alguno en cumplir, pues no encaja en su lógica de rentabilidad de corto plazo. Es, por tanto, significativa la indiferencia, sino complicidad, del gobierno central frente a la agresión que hoy padece San Marcos; constituye una pésima señal de la importancia que tiene en su agenda no sólo la universidad pública, sino la educación en su conjunto.
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