El entusiasmo de los peruanos al enterarse de que Mario Vargas Llosa había recibido el Premio Nobel de Literatura es indescriptible. Ha superado ampliamente la emoción que sentimos cuando el equipo peruano de fútbol eliminó al argentino y clasificó al campeonato mundial.
¿Por qué tanto entusiasmo? Por varias razones. La primera es que la demora en concederle dicho premio había sido excesiva. El genial escritor peruano ha creado novelas que, sin la menor duda, lo hacían merecedor del galardón. Entre ellas “La ciudad y los perros”, “La Casa Verde”, “Conversación en La Catedral” y, en mi concepto, la mejor de todas “La guerra del fin del mundo”. Bastaba esta para que su autor recibiera el Nobel. Sin embargo, el propio autor laureado tiene una opinión diferente de la mía, pues ha dicho que si se quemaran sus novelas la única que salvaría del fuego sería “Conversación en La Catedral”.
Pasaban los años y Vargas Llosa no era considerado por la Academia Sueca, pero finalmente este año, se le hizo justicia. Vargas Llosa fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura el 7 de octubre del 2010.
La palabra “premio” proviene del vocablo latino “premium”. Como en todos los idiomas, tiene varias acepciones. Pero una de ellas, empleada por el gran poeta latino Horacio, es “recompensa”. O sea, un premio es una recompensa por alguna acción realizada por un sujeto. En el caso del Premio Nobel de Literatura, esta actividad es la de escribir de manera sobresaliente.
El Nobel tiene un merecido prestigio, tanto por su antigüedad como por la seriedad con que se elige al premiado. En todos los casos son los miembros de las academias suecas, quienes hacen la elección. En el caso del escritor peruano fueron los miembros de la Academia de Literatura quienes le confirieron el premio.
Apenas se difundió la noticia de la elección de Vargas Llosa, su departamento de Nueva York fue asediado por reporteros, canales de televisión y amigos que querían felicitarlo. Su vida cambió repentinamente. Su rutina diaria, metódica y tranquila se transformó en una vorágine.
Y ahora en el Perú sucede lo mismo. La gente lo aplaude cuando lo ve por la calle, una serie de universidades e instituciones se proponen rendirle homenajes. Y como no podía faltar, el propio presidente de la República, Alan García, lo invitó a Palacio y allí le impuso la Orden de las Artes y las Letras creada especialmente para honrarlo. La medalla fue diseñada por su gran amigo y gran pintor Fernando de Szyszlo.
Me atrevería a decir que, de todos los que han recibido el Premio Nobel, Vargas Llosa es uno de los más prolíficos. Ha escrito 18 novelas y cinco obras de teatro; además de innumerables artículos periodísticos y una vasta serie de ensayos.
Sin duda, el haber recibido el Premio Nobel ha cambiado su vida. Por lo menos durante el tiempo que duren los agasajos y las visitas de los amigos. Pero él está decidido a volver a su verdadera vida de escritor: trabaja toda la mañana, desde temprano. Y las tardes las dedica a la familia. Es justo decir que su éxito se debe, en buena parte, a su bella esposa Patricia, que cuida su tiempo e impide que mientras trabaja alguien lo interrumpa.
Uno de los aspectos más importantes del premio otorgado a Vargas Llosa es que el lenguaje que se usa en el Perú, por lo menos el que él utiliza, es reconocido en España. Junto con los otros premios Nobel de Literatura, Gabriela Mistral, Pablo Neruda y Gabriel García Márquez, la manera de expresarse latinoamericana es apreciada en el mundo español.
No me queda sino felicitar efusivamente a Mario Vargas Llosa por su merecido triunfo. Estoy seguro de que seguirá escribiendo y que nos deleitará con sus próximas novelas. Y también espero que siga escribiendo esos estupendos artículos sobre temas variados y siempre atractivos que publicamos cada dos domingos en El Comercio.
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