El discurso que profirió Mario Vargas Llosa ante la Academia Sueca y un numeroso público en el que había un grupo de peruanos que viajaron a Estocolmo para escucharlo, como el ministro de Cultura, Juan Ossio, Fernando de Szyszlo y otros más, fue tal vez su mejor novela. Fue un discurso, profundo y conmovedor.
“Aprendí a leer, a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el Colegio de La Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida”. Aprender a leer a los 5 años no es poca cosa, es una precocidad extraordinaria. Desgraciadamente no dice a qué edad aprendió a escribir, pero es seguro que no sería mucho después. Aunque la precocidad no siempre es signo del genio, con mucha frecuencia sí lo es. Y en Vargas Llosa se cumple al pie de la letra ese hecho cuyo máximo exponente es Mozart.
Después de referirse a las personas que lo alentaron a escribir cuando era joven, dice “que gracias a ellos y, sin duda, también a mi terquedad y algo de suerte, he podido dedicar buena parte de mi tiempo a esa pasión, vicio y maravilla que es escribir”.
Pasa luego a hablar de sus maestros, de los que aprendió a fondo el arte de la escritura, como Flaubert, Faulkner, Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad, Thomas Mann. Aprendió “que el número y la ambición son tan importantes en una novela como la destreza estilística y la estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y que una novela, una obra de teatro, un ensayo, comprometidos con la actualidad y las mejores opciones, pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que una literatura desprovista de moral es inhumana. Y Malraux que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto como en el tiempo de los argonautas, la Ilíada y la Odisea”.
En su discurso, que duró casi cincuenta minutos, Vargas Llosa se refirió a diversos temas de fundamental importancia, especialmente al hecho de que “sin las ficciones seríamos menos conscientes de la importancia de la libertad para que la vida sea vivible y del infierno en que se convierte cuando es conculcada por un tirano, una ideología, o una religión”. Prueba de ello es que en todos los regímenes totalitarios, se prohíbe la libre circulación de la literatura.
“La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan [...]. La literatura crea una fraternidad dentro de la diversidad humana y eclipsa las fronteras que erigen, entre hombres y mujeres, la ignorancia, las ideologías, las religiones, los idiomas y la estupidez”.
Sigue diciendo en su discurso, el laureado escritor “en mi juventud [...] fui marxista y creí que el socialismo sería el remedio para la explotación y las injusticias sociales que arreciaban en mi país, América Latina y el resto del Tercer Mundo” pero la conversión de la Revolución Cubana en un régimen vertical y autoritario como el de la Unión Soviética le mostró que sin libertad la vida se torna insoportable.
Después de expresar lo útil que fue en su formación la cultura francesa pasa a describir su descubrimiento de que América Latina no era solo una región de tiranos, ella ha ido progresando, mas, como decía César Vallejo, “todavía hay, hermanos, muchísimo que hacer”.
Hoy hay democracias, como en Brasil, Chile, Uruguay, el Perú Colombia, República Dominicana, México y en casi toda Centroamérica se respeta la libertad y hay elecciones periódicas.
Y pasa al tema del Perú y el haber vivido tanto tiempo en países extranjeros jamás influyó en que fuera un desarraigado de su patria. La prueba es que los temas de sus novelas están referidos, en su mayor parte, a temas peruanos. Haya vivido donde haya vivido, nunca dejó de sentirse profundamente peruano.
En la parte final de su discurso, Mario Vargas Llosa se refirió a su esposa, Patricia y la voz se le quebró por un momento, tratando de retener las lágrimas. Pero reaccionó y terminó su discurso en la Academia Sueca.
Sin la menor duda, entusiasmado por haber recibido el Premio Nobel de Literatura, el gran escritor peruano pronunció un discurso comparable a sus mejores novelas. Será un discurso que nunca será olvidado.
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