Para una persona así, con las ideas largas aún cuando estuviera desapareciéndole el pelo de la cabeza, la aparición de los yuppies, a fines de los años 80 e inicios de la década siguiente, fue como si una legión de marcianos aterrizara en la Plaza Mayor de Lima. También venidos del norte anglosajón, los yuppies eran unas cosas vestidas iguales entre sí, que hablaban todo el tiempo del mercado, la bolsa, el costo-beneficio y el valor agregado. Ellos, de terno sport con pantalón caqui y blazer azul, parecían haber renunciado deliberadamente a la cultura y se preciaban de ser unos absolutos ignorantes en todo lo que no fuera práctico. Ellas, de sastrecito oscuro y pañuelo Hermes --comprado en el duty free-- sobre los hombros, andaban por la vida comparándose con los demás como si el asunto se tratara de una carrera de obstáculos. Hay que recordar que en la Norteamérica postsetenta, el yupismo aparece no solamente como una reacción contra el desestabilizador hipismo sino también como una nueva y peculiar forma de ejercicio democrático. Léase: todos somos iguales en el parador, las diferencias las pone la competencia.
Pero Lima es Lima y como tal, asumió el yupismo en ciertos aspectos pero omitió otros que curiosamente son los que tenían que ver con el comportamiento democrático y la equidad en el parador. Los jóvenes limeños de ese entonces, al menos los que yo recuerdo, se vestían idéntico entre ellos y hablaban las mismas cosas, pero desde la certeza de que todos somos iguales ante la lucha por la vida, solo que hay algunos más iguales que otros. De esta forma, 'moderno' era aquel limeño recién salido de la pubertad, formado en Harvard, que tenía la cabeza llena de Dow Jones y Merrill Lynch pero a la vez, demostrando que la cuadratura del círculo es parte de la rutina capitalina, ese muchacho, esa chica, los representantes de la nueva generación de competitivos profesionales sin atavismos racistas, componían una logia superlinda porque no había cholos en el entorno que molestaran como pelos en la sopa.
Trabajé alguna vez con yuppies limeños. Me producía flatos escucharlos conversar. Por ejemplo, discutían sobre cómo maximizar las utilidades de una transnacional en África Central. Uno decía que así, la otra que asá. Hasta que un tercero anotaba, "pucha, eso ya lo escribió Schumpeter", a lo que el resto respondía, "punto para ti". Es que vivían acumulando puntos, como en tarjeta Bonus. Eran republicanos en tiempos de Fujimori, blancos anglosajones con Martha Chávez de presidenta del Congreso, futuros millonarios con el 53% de la población peruana en pobreza extrema, democráticos a más no poder siempre y cuando la muchacha les recogiera las medias del piso del cuarto y un guachimán sin apellido les protegiera la puerta del edificio. Seamos justos. El hipismo limeño tampoco fue flor de igualdad ni quintaesencia de inclusión. Recordemos que la suspensión del concierto de Santana fue vivida por los jóvenes limeños como una agresión de sanmarquinos indigestos. Pero al menos esos muchachos y chicas setenteros teníamos el humor suficiente como para andar por las calles sin zapatos y la cabeza llena de flores. Los yuppies, en cambio, limeños fueron. Y limeños son los que quedan, que aún andan por allí, acumulando puntaje.
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