
Si yo compartiera las agresiones contra Gaza, la pobre, pequeña, desamparada y superpoblada Gaza, estaría traicionando brutalmente mis convicciones y mi horror –bebido desde pequeño en el hogar paterno– contra las monstruosas masacres cometidas por los nazis contra el pueblo judío y otras minorías. Como alguna vez le dije a un embajador de Israel en Lima, “siempre estuve de parte del más débil, del indefenso, y no veo ninguna razón por la que ahora debería cambiar”. “Ayer –agregué– fueron ustedes y hoy son los palestinos”.
Creo que cualquier manifestación de racismo es un acto de inferioridad mental. Y mientras me mantenga lúcido jamás podría permitirme una conducta de esa naturaleza. No hay 'elegidos’: solo seres humanos, y entre ellos los hay buenos, regulares o malos sin que esto dependa, en lo absoluto, de la nación o el grupo étnico o cultural al que pertenezcan.
También hay –tonto no soy– intereses políticos, económicos y geoestratégicos, y es en defensa de esos intereses que se califica de 'antisemita’ o 'anti’ a quien critica el orden establecido.
Decía el brillante antropólogo Lévy-Strauss: “La primera reacción contra el extranjero es imaginarlo inferior… y durante miles de años la humanidad cesaba en las fronteras de la propia tribu”. Hoy las cosas han cambiado, y no obstante, en algún nivel de cerebros como el de la amiga que encontré en el café de San Isidro, las operaciones mentales siguen aferradas a esa primitiva forma de percibir el universo. Son víctimas privilegiadas, pero víctimas al fin, de un sistema maniqueo que divide el mundo entre buenos y malos y creen, honestamente, estar en el lado correcto de esta parcelación tan arbitraria como estúpida e interesada de la realidad.
Otro tema que es, a su vez, el mismo: el 26 de agosto, a las 10:30 a.m. en el Thunderbird Hotel Carrera (Jr. León Velarde N° 123, Lince), se realizará un encuentro para reflexionar sobre la necesidad de eliminar el racismo y el sexismo en los medios de comunicación.
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