COLUMNA EN CONSTRUCCIÓN
La publicación de mi libro “¡Usted fue aprista! Bases para una historia crítica del Apra” (PUCP-CLACSO 2009) ha provocado iras y entusiasmos, lo que no me sorprende. Pero sí me sorprende el espectro de reacciones que el texto ha suscitado, que van desde acres críticas de militantes apristas –recogidas en diversos blogs– y de Tony Zapata, hasta las de Javier Valle Riestra. Los apristas y Zapata consideran que soy antiaprista y que mi libro no reconoce ningún mérito a Haya de la Torre ni al Apra. Valle Riestra, por su parte, ha tenido la generosidad de calificar mi libro como “excelente” y ha llegado a la conclusión de que, en el fondo de mi corazón, soy aprista. Aunque, como JVR sabe, no soy ni nunca fui aprista, valoro especialmente su opinión, porque se trata de un hayista convicto y confeso y además protagonista de algunas de las coyunturas críticas que reconstruyo en mi libro.
Cuando un mismo libro puede provocar reacciones tan encontradas debe sospecharse que hay elementos que van más allá del texto –o que más bien son anteriores a él– que alimentan lecturas tan contrapuestas. Pre-juicios. De esta manera, el libro termina convirtiéndose en una especie de ecran, donde los lectores terminan proyectando imágenes que están más en sus ojos que en el texto mismo.
Se me acusa de no reconocerle ningún mérito a Haya ni al Apra, sin considerar que con relación al primero una y otra vez subrayo su carisma y gran capacidad como organizador, su extraordinario talento como ideólogo y político, su empuje en el trabajo, su ascetismo, su honradez y desapego con relación al dinero y los bienes materiales (véase la diferencia con sus seguidores), su gran valor, prácticamente demostrado al quedarse a conducir personalmente al Apra en la clandestinidad con riesgo de su propia vida, y más. Con relación al Apra, he testimoniado la mística a toda prueba de los apristas, su entrega a una militancia en que el partido se constituía en una familia alternativa, su integridad, disciplina y voluntad revolucionaria, su lealtad al jefe y el partido, etc. Es irónico que quienes han leído mi texto sin reparar en estos elementos me acusen de falta de objetividad.
Haya de la Torre corresponde a esa estirpe de personajes excepcionales que son excesivos tanto en sus virtudes como en sus defectos. Su retrato inevitablemente estaría incompleto si, junto con sus virtudes, no se registran sus grandes defectos. Ellos nos hacen humanos y la reacción de algunos apristas a las críticas a Haya pareciera provenir de la dificultad de pensarlo como un ser humano, grande en su acción y proyecciones, pero humano al fin.
Un problema importante que este debate ha suscitado es el relativo a la objetividad en la historia y las CCSS. Antonio Zapata (“El APRA de Manrique”, La República, 02/12/2009) considera que no soy objetivo por mi izquierdismo: mi falta de simpatía con Haya y el Apra. En un texto más reciente (“Denostar o aprender”, La República, 16/12/2009) Tony sugiere que se puede ser más objetivo si uno escoge un tema que no le suscite gran encono. Se trata de una propuesta discutible: el trotskista Isaac Deustcher ha hecho la más formidable biografía de Stalin y por cierto no era un admirador del dictador soviético. Eric Hobsbawm, el mayor historiador de la burguesía, no es, por cierto, alguien que la ame, y la lista podría seguir. Si la simpatía con aquello que se estudia fuera la condición para hacer una historia aceptable Haya estaría cubierto de obras maestras.
La objetividad, entendida como la neutralidad con relación a aquello que se estudia, es muy problemática con relación a las ciencias del hombre porque el sujeto investigador está contenido por el objeto que pretende estudiar: la sociedad. Este sujeto no puede pretender la distancia frente a su objeto como el biólogo que pone bajo su microscopio tejidos para estudiarlos. El historiador pretende estudiar la sociedad siendo hechura de ésta, desde el idioma que habla, la clase social a la que pertenece, la ideología que (consciente o inconscientemente) profesa, los prejuicios de los que está imbuido, etc. Quienes proclaman su neutralidad como investigadores simplemente testimonian su ingenuidad, al creer que pueden ponerse por encima de todos los determinantes sociales que les preexisten y, lo que es más importante, actúan más allá de su control consciente.
¿No es posible entonces la objetividad? La cuestión requiere más espacio. Volveré sobre el tema.
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