La ciudad —después del descubrimiento de cómo hacer fuego y cocer los alimentos— es la gran creación de la humanidad. Antes de que existiera los humanos vagaban en pequeños o grandes grupos buscando alimentos que pudieran sustentarlos. Hasta que, paulatinamente, la población va creciendo y van surgiendo pequeñas ciudades. Creadas las ciudades, las hordas vagabundas desaparecen y la vida humana comienza a tornarse cada vez más creativa.
La estabilidad permite dedicar tiempo a la búsqueda de procedimientos para desarrollar la agricultura y la domesticación de animales. Entre ellos destaca el perro que desciende directamente del lobo y que se adapta de manera admirable a los hombres y mujeres que lo poseen. Su lealtad puede calificarse de absoluta.
En las ciudades nace la cultura. Sus habitantes intercambian ideas entre ellos y este intercambio contribuye al surgimiento de diferentes ideas políticas y a la proliferación de las artes y las ciencias. Hombres que provienen de otras ciudades, contribuyen aun más a este desarrollo. Un caso notable fue el famoso viaje de Marco Polo a países de Asia. A su retorno a Italia trajo tallarines chinos y sus compatriotas demostraron su poder creador multiplicando las maneras de prepararlos. El progreso de la agricultura y la domesticación de animales, especialmente de carácter vacuno, contribuye a fortalecer a los habitantes. La mortalidad infantil disminuye, las ciudades tienen cada vez más habitantes. Se van formando las ciudades-estado y, luego, los estados-nación. Hasta que, después de mucho tiempo, surgen las ciudades modernas.
Con el aumento de la población, comienza la diferencia entre los ricos y los pobres. En todas las ciudades ha existido siempre esta cruel separación. Hasta que, a mediados del siglo XX en algunos países los más avanzados de Europa y en Estados Unidos, se logra reducir la pobreza de manera drástica aunque, hasta el momento, ninguna nación la ha suprimido por completo. En los llamados “países en vías de desarrollo”, desgraciadamente, el índice de la pobreza es muy grande, sobre todo en nuestro país, pero también existe en otros de la región, aunque no en proporciones tan grandes.
Como estoy hablando sobre las ciudades es natural que intente describir algunas de ellas. ¿Pero, cuáles? Hay ciudades extraordinarias en nuestro siglo XXI. Tengo, por eso, que restringirme a cuatro: Lima, Buenos Aires, Río de Janeiro, y París.
Lima es una ciudad llena de paradojas. De un lado es fea y de otro lado es bellísima. Nuestra capital no ha crecido de acuerdo con un plan de desarrollo bien concebido. Pero durante los siglos en que fue la capital de la Colonia, se han ido acumulando en ella, bellezas sin par. La Catedral, las numerosas iglesias, en las que se encuentran altares y columnas cubiertas con auténtico pan de oro, hacen de Lima una ciudad que deja boquiabiertos a los turistas.
Buenos Aires es, sin duda, la ciudad más hermosa de América Latina. Sus calles, sus avenidas, están construidas con una esmerada planificación. La altura de sus edificios está estrictamente regulada. Quien ve por vez primera la Diagonal Norte queda pasmado de admiración. Muchos, con razón, la consideran un pequeño París.
Río de Janeiro es una ciudad impresionante, pero no por sus edificios, sino porque ha sido construida en una de las bahías más sensacionales del mundo. Brasil es, hoy día, el más grande y poderoso país de América Latina. Pero ninguna de sus ciudades, aunque hay algunas notables como San Pablo, puede compararse a Buenos Aires.
París es en mi opinión, compartida por millones de personas que conocen la ciudad, la más linda del mundo. Si, a vista de pájaro, enfocamos nuestra atención sobre L” Etoile (la estrella), vemos una simetría perfecta. De ella parten avenidas que se prolongan en línea recta. Esta simetría se repite en la mayor parte de sus grandes avenidas, como los Campos Elíseos y, asimismo, en sus bulevares. Tiene, por otra parte, monumentos asombrosos, como la Torre Eiffel y los Inválidos. Otro monumento espectacular es el Museo de Louvre que, en mi opinión, es el mejor del mundo.
La ciudad, con todos sus defectos y limitaciones, ha sido, y sigue siendo, el crisol en que se ha fundido lo mejor de la civilización humana.
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