La película de Claudia Llosa, “La teta asustada” es muy difícil de comentar, debido a que se entremezclan en ella constantemente lo real y lo simbólico. Fausta, la principal protagonista de la cinta, padece de la “teta asustada”, una enfermedad que se transmite por la leche materna de las mujeres que fueron violadas durante la guerra entre los terroristas y las tropas que los combatían. Al comienzo, su madre, ya anciana, cuenta los horrores que le hicieron los hombres que la violaron.
Aterrada por lo que ha escuchado de su madre, Fausta se introduce una papa en la vagina para evitar toda violación posible. Naturalmente la papa, después de un cierto tiempo le produce una infección peligrosa y debe someterse a una delicada operación para que se la extraigan.
La madre muere y como Fausta no puede enterrarla, porque carece de dinero, logra un empleo en casa de Aída, una importante pianista, mujer difícil de caracterizar, en parte bondadosa, en parte malvada y explotadora. Aída le paga un sueldo lo que permite que pasando mil apuros logre comprar un féretro barato y viaje a enterrar a su madre.
Fausta camina todo el tiempo y es silenciosa. Casi no habla, solo canta dulces canciones en quechua, ese maravilloso lenguaje que permite expresar de manera indescriptible los sentimientos. Sabe castellano y solo habla, lacónicamente, cuando Aída le hace preguntas.
Uno de los aspectos más interesantes de “La teta asustada” es la revelación constante de nuestra realidad social tal como existe en los asentamientos humanos de la capital. Hay un matrimonio descrito de manera realista en que la novia está con el clásico vestido blanco que tiene una cola larguísima. Después del matrimonio hay una fiesta. Hay escenas de otras fiestas siempre en lugares muy pobres.
En todos estos acontecimientos se ve la extrema miseria que impera en ellos. Así es Lima y, desgraciadamente, todo el territorio nacional. Lo que hace Claudia Llosa es llamar nuestra atención para que tomemos conciencia de la pobreza y de la exclusión que existen en el país.
La casa de Aída tiene una puerta levadiza y Fausta, cuando alguien toca la puerta, mira por una ventanita y pregunta quién es. Un día alguien llama a la puerta y cuando Fausta pregunta, el que llamó dice: “Soy el jardinero”. “A ver, enséñame tus manos” dice Fausta. Él se las enseña y Fausta ve que realmente son las de un jardinero. Los dos comienzan a hablar en quechua. El jardinero le acerca una flor para que huela su perfume. Al poco tiempo, se despierta su sensualidad y ella pierde el miedo que la atormentó desde su niñez.
“La teta asustada” es una película profunda, llena de mensaje y, en último término, optimista, pues Fausta logra liberarse del terror que la atormentó durante su adolescencia.
Claudia Llosa ha logrado hacer una película de primera clase. No es de extrañar que recibiera el Oso de Oro otorgado por la prestigiosa Berlinale.
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