Zenón Depaz Toledo
La Primera Online, 31 de marzo de 2009
Una ideología es un sistema de ideas y creencias; valores e ideales aceptados como válidos por un grupo humano que, de ese modo, adquiere una visión no sólo de cómo es el mundo, sino también –y sobre todo- de cómo debería ser. En esa medida sirve para legitimar intereses políticos y estructuras de poder. El proceso de globalización en curso ha sido deliberadamente asociado, por agentes vinculados a intereses corporativos transnacionales, con la ideología neoliberal que ha idealizado y diseminado, como deseables, imágenes de un mundo consumista y de mercado irrestricto. En tanto ideología, proyecta como si fueran verdades probadas algunas creencias básicas que sostienen su discurso y buscan legitimarla políticamente. Una de ellas, particularmente paradójica, se refiere a la supuesta capacidad autorreguladora del mercado; la que, por tanto, se invoca como base para la definición del orden social, aún a escala planetaria.
Más allá del rotundo desmentido fáctico que significa para aquella tesis la actual crisis económica global, precedida por otras (Brasil, México, Argentina, Corea, Rusia, etc) igualmente originadas en la ausencia de control del mercado financiero, y más allá de que tampoco la historia económica la corrobora, vale la pena notar que conlleva una intrínseca paradoja: como ideal (pues no es otra cosa que eso), la liberalización de los mercados sólo es realizable a través de un proyecto político tecnocrático, de reingeniería de los mercados realmente existentes. Por eso, los neoliberales no dudan en usar el poder estatal para debilitar y eliminar las políticas e instituciones sociales que median el funcionamiento del mercado. Por eso también prefieren gobiernos “fuertes” (Thatcher, Pinochet, Fujimori). Es que el éxito de su proyecto depende de la intervención y desmontaje autoritario de las dinámicas sociales existentes. En la práctica los neoliberales demandan sin tapujos que el gobierno juegue un rol extremadamente activo en la implementación de su agenda política. Es pues una opción política, entre otras igualmente posibles, aunque guste presentarse falazmente como inevitable y sin alternativa. Es la opción que favorece a una frívola minoría, en cada país y a escala planetaria; ahonda las diferencias sociales (minando la democracia) y amenaza con su consumismo y productivismo voraz la vida sobre la tierra.
Más allá del rotundo desmentido fáctico que significa para aquella tesis la actual crisis económica global, precedida por otras (Brasil, México, Argentina, Corea, Rusia, etc) igualmente originadas en la ausencia de control del mercado financiero, y más allá de que tampoco la historia económica la corrobora, vale la pena notar que conlleva una intrínseca paradoja: como ideal (pues no es otra cosa que eso), la liberalización de los mercados sólo es realizable a través de un proyecto político tecnocrático, de reingeniería de los mercados realmente existentes. Por eso, los neoliberales no dudan en usar el poder estatal para debilitar y eliminar las políticas e instituciones sociales que median el funcionamiento del mercado. Por eso también prefieren gobiernos “fuertes” (Thatcher, Pinochet, Fujimori). Es que el éxito de su proyecto depende de la intervención y desmontaje autoritario de las dinámicas sociales existentes. En la práctica los neoliberales demandan sin tapujos que el gobierno juegue un rol extremadamente activo en la implementación de su agenda política. Es pues una opción política, entre otras igualmente posibles, aunque guste presentarse falazmente como inevitable y sin alternativa. Es la opción que favorece a una frívola minoría, en cada país y a escala planetaria; ahonda las diferencias sociales (minando la democracia) y amenaza con su consumismo y productivismo voraz la vida sobre la tierra.
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