El sudafricano Nelson Mandela y el ex presidente de EE.UU. Jimmy Carter han condenado el ataque israelí a la flotilla que pretendía llevar ayuda humanitaria a los palestinos que habitan en la franja de Gaza. Muchos esperaban que Obama hiciera lo propio. Vana ilusión pues, a pesar de estar muy irritado por el despropósito de Israel, permanece atado a factores de su política interna, en la cual los lobbies judíos tienen un peso de consideración. Barack Obama, hasta ahora, solo ha “lamentado” los nueve muertos que dejó lo que definió como una “tragedia”.
No debe olvidarse que las relaciones entre EE.UU. e Israel pasan hoy por el peor momento de las últimas décadas, con marcadas desavenencias entre el presidente de EE.UU. y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu. La actitud estadounidense, que muchos califican de “tibia”, podría considerarse, según la BBC, como un cambio “porque otra Casa Blanca habría defendido a Israel. Obama está molesto, pero, por razones políticas internas, no quiere criticar a Israel fuertemente”, aseguró Mark Katz, especialista en Medio Oriente de la U. George Mason de Virginia.
Katz afirma que, tras la parquedad oficial, se percibe que en la Casa Blanca “no están para nada felices” y que, aunque no cree que vayan a desautorizar a Israel, “hay frustración porque el Gobierno quiere que los israelíes nos ayuden a ayudarlos”.
El mayor problema para la diplomacia estadounidense es el efecto que pueda tener el incidente en el relanzamiento del diálogo de paz o “de aproximación” –como se ha venido llamando– entre palestinos e israelíes.
Más allá de los nuevos equilibrios políticos que necesariamente demandará este incidente, mi impresión es que Israel parece empeñado en superarse a sí mismo en batir nuevos récords en relación al menosprecio por las leyes internacionales y por las opiniones que se generan en torno a su conducta en el resto del planeta. Percibo, entre las autoridades israelíes, una suerte de sentimiento de impunidad que, a la larga, provocará situaciones que no beneficiarán al país que gobiernan.
Confieso que escribir lo que escribo me produce una sensación de pesar, hastío e impotencia que, estoy seguro, con distintos matices, es compartida por gran parte de la población informada del planeta. Siento dolorosamente que mi visión del mundo ha sido reemplazada por un juego de aquellos espejos que atormentaban a Jorge Luis Borges. Espejos quebrados por una realidad que se replica permanentemente y que los seres humanos parecen incapaces de corregir.
Todo se parece tanto a una sucesión obsesiva de espanto-silencio-olvido y nuevo espanto, nuevo silencio y nuevo olvido, que el portavoz de la Casa Blanca, Robert Gibbs, rechazó patéticamente que la estrategia de esperar y evaluar de su gobierno vaya a tener consecuencias para la política árabe del presidente Obama. Desde mi desconsuelo me pregunto: ¿Si esto no tiene consecuencias, qué podría tenerlas?
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