Al reflexionar sobre la corrupción me interesa develar lo oculto de ella, la interioridad penosa y lamentable de la falta de ética y la pérdida de valores. Todos los seres humanos tenemos potencialidades de corrupción: somos factibles de corromper o de que nos corrompan. Incido en lo potencial dado que, a pesar de su existencia, esto no necesariamente tiene que hacerse realidad.
Desde el punto de vista clínico existen dos instancias: el poder corromperse, reactiva o activamente en determinado momento (acto corrupto), aguda y transitoriamente, sin que la corrupción se haga crónica e irreversible. No involucra la totalidad de la identidad en la persona. El otro en que la persona no solamente se corrompe, sino que asume y encubre la corrupción en sí misma, tratando de corromper a otros (estructura corrupta). Quien corrompe pone en peligro la cultura, la ética y la integridad de su entorno social. En la sociedad corrupta se impone lo material a lo espiritual. Los corruptos, dándose cuenta o no, viven en una pobreza ética, afectiva y emocional, apropiándose de todo lo posible, incluyendo personas.
La corrupción tiene que ver con nuestra historia vincular primigenia, es decir con aspectos corruptógenos, maternos, paternos, de la pareja, familiares, educativos, laborales, sociales, culturales, religiosos, políticos, económicos, ideológicos, éticos, etcétera.
La ideología inconsciente se va desarrollando en nuestra interioridad, en nuestras primeras experiencias vitales en relación con nosotros mismos, con nuestros padres, con la otredad y con la sociedad. Básicamente, una ideología sustentada real y simbólicamente en la vida o una ideología de muerte, una psicopatía de valores. La transformación de la agresividad destructiva en creativa -Tánatos terapéutico- representa la liberación del hombre del eterno retorno de lo mismo.
Lo ético implica responsabilizarse por el destino de sí mismo y de los otros. El conflicto traduce una incompatibilidad entre estados o valores en un sistema social. Existe un punto de vista positivo del conflicto: como desafío intelectual y emocional y como una de las fuerzas más motivadoras de nuestra existencia, como causa y consecuencia de cambio, como un elemento necesario en la vida social y como aire para la vida humana.
La política marca significativamente las realidades psíquicas de quienes sufren colectiva e individualmente. Debería ser un mundo de valores y tradiciones compartidas al servicio del bien común.
No podemos llegar a generalizaciones ni a conclusiones absolutistas. Nuestra percepción de la realidad no va a ser neutral. Reconocer esto nos conduce a un intento de neutralidad posible aunque no ideal, indispensable para fundar el respeto de la otredad, para sentar las bases de una sociedad en la que los valores sean la libertad y el respeto por el otro.
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