Cuando se ha vivido noventa años hay muchísimos recuerdos que vívidamente se agolpan en la memoria. Tenía 8 años cuando, junto con mis padres y mi hermano Óscar, apodado Kuki, viajamos a Francia. Por razones que sería demasiado largo contar, nuestros padres nos dejaron en una escuela que quedaba en una región de los Alpes. Era otoño tardío, llegó diciembre y empezó a nevar. Quedé fascinado. La belleza del paisaje nevado es incomparable. Donde vivíamos había muchos pinos y sus ramas estaban llenas de nieve. Una montaña cercana, llamada Cabeza Negra, era una visión mágica.
En el colegio se daba mucha importancia a los deportes; uno de ellos era el esquí, que aprendí con relativa facilidad. Desde aquella época mi afán por practicar esquí se mantuvo a través de los años. Como en el Perú solo se puede esquiar a una altura que sobrepasa los 4.500 metros, no pude hacerlo. Entonces, reemplacé el esquí de nieve por el de arena. Lo practiqué en forma apasionada hasta que, cuando pasé los 70 años, tuve que dejar al rey de los deportes.
Desgraciadamente, a los pocos meses de regresar al Perú murió mi madre. Entonces mi padre, Óscar Miró Quesada de la Guerra, que firmaba sus artículos con el seudónimo de Racso (Óscar al revés), se encargó amorosamente de mi educación. Lo hizo tan bien que a él le debo todo lo que he podido hacer en la vida.
Tendría unos 13 años cuando un día oí tocar un disco de jazz que me pareció maravilloso. Quien lo tocaba era un saxofonista genial. Desde ese día decidí aprender saxofón y logré aprenderlo. Durante algunos años fui miembro de la primera banda de jazz de aficionados que se había formado en nuestro país. Pero luego tuve que apartarme de ella, pues mis estudios en el colegio me atraían con tanta fuerza que no podía compartirlos con la orquesta.
Me encantaba estudiar y seguía todos los cursos con mucha atención, menos los de matemáticas que odiaba y que pasaba raspando con la nota 11. Ingresé a la Universidad Católica a los 18 años y estudié en ella durante dos. Luego me trasladé a San Marcos, donde estudié durante catorce años siguiendo cursos de filosofía, derecho y matemáticas. Estudié matemáticas porque cuando le dije a mi padre que quería dedicar mi vida a la filosofía, me respondió: "Está bien, sé que tienes gran disposición para la filosofía, pero si quieres ser un filósofo de verdad, tienes que entender todo lo que se haya escrito en dicha disciplina, y muchos textos contienen matemáticas de alto nivel". Después de grandes esfuerzos, logré por fin entenderlas.
El año 1947 contraje matrimonio con Doris Rada Jordán. Desde ese día hasta hoy me ha hecho infinitamente feliz.
En 1963 incursioné en política, en el partido de Fernando Belaunde Terry. Muy a mi pesar, acepté el cargo de ministro de Educación. Sin embargo no me arrepiento, pues tuve ocasión de conocer casi todo el territorio nacional y de hacer grandes amistades. Además, en compensación por todo lo que tuve que luchar con el partido de la oposición, que me atacaba ferozmente, Belaunde me nombró, en 1964, embajador del Perú en Francia, cuando dicho país era gobernado por el general Charles de Gaulle, gran héroe de la resistencia.
Mis recuerdos son muy variables y se suceden en desorden. He tenido en la vida muchos amigos, pero solo algunos de ellos fueron íntimos: Miguel Sangalli, Arnaldo Cano, Carlos Cueto, Enrique Solari, Luis Felipe Alarco, Héctor López, Quique Moncloa y Carlos Gamarra.
Hoy veo mi vida, a la vez, con pena y satisfacción. Con pena, porque vivir es una experiencia maravillosa y sé que pronto habrá de terminar. Pero con satisfacción porque he vivido plenamente. Más no se puede pedir.
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