lunes, 12 de enero de 2009

HELMUT DAHMER: "LA HERENCIA DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA"


La herencia de la Revolución Francesa

Helmut Dahmer
El Comercio Online, 12 de enero de 2009

Libertad, igualdad, hermandad fue el lema de la Revolución Francesa, lanzado en 1790. Aludía a lo que nos faltaba a todos, pero que parecía alcanzable. El tercer estado, el burgués, se proclamó como nación, y el cuarto estado, el plebeyo parecía seguirlo, en tanto se dirigía contra los privilegios de la nobleza, del clero y de la monarquía que encabezaba la administración estatal. Sin embargo, tras la abolición del feudalismo, la esclavitud y la monarquía, se quebró la alianza revolucionaria entre los propietarios y los desposeídos. La desigualdad realmente existente determinó los límites de la libertad y canceló la hermandad.

Hablamos de globalización desde que el entretejido de la economía mundial, con el apoyo de la tecnología de la información, alcanzó su alto nivel actual. La creciente productividad laboral ha incrementado ad infinitum "la riqueza de las naciones" (Adam Smith). Empero, la desigual distribución entre las naciones ricas y las pobres y entre las clases opulentas y las pauperizadas despoja de legitimidad al nuevo orden mundial.

Si de lo que se trata es de superar el abismo entre la realidad social y nuestra capacidad de imaginación, no resulta suficiente la fantasía. Hace falta nuestra disposición a interpelar nuestra "imagen del mundo", hasta incluso, poner en entredicho nuestras formas de vida. Procuremos asumir conciencia de la dimensión monstruosa que en nuestros días ha alcanzado la desigualdad social. Los datos son inapelables: un quinto de la población vive en "paraísos terrenales" y otro quinto vegeta en infiernos terrenales. Un quinto come opíparamente y el otro padece de hambre. Un quinto consume carne o combustibles, y el otro carece de aquello.

Retratos nocturnos de nuestro planeta muestran que los centros urbanos y las regiones prósperas están brillantemente iluminados, mientras que el resto subdesarrollado está sumido en la oscuridad.

La crisis financiera internacional ha desnudado, en los estados capitalistas, a un pequeño grupo de malabaristas financieros, que fueron premiados espléndidamente por grandes bancos y seguros, por haber atraído clientes a los que aseguraban réditos anuales de aproximadamente el 25%. Por cierto, que a estos expertos del lucro les tienen sin cuidado las consecuencias sociales de sus transacciones. Por sus 'esfuerzos' se les paga sueldos anuales, bonos, recompensas, etc., cien o más veces superiores a los ingresos del promedio. De otro lado, estas sumas son modestas de cara a las ganancias que aquellos generan a los bancos. Está sobreentendido que los señores de ingresos millonarios los consideran totalmente justos. Uno de aquellos expresó hace poco que personas como él no estarían dispuestas a trabajar por un 'miserable' sueldo de 500.000 euros (más de dos millones de soles).

Desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, ningún programa de cooperación, ninguna revolución verde, ninguna acción filantrópica ha logrado aminorar la desigualdad.

Las costosas guerras, destinadas a mantener zonas de influencia o el control de los escasos recursos naturales, conjuntamente con el crecimiento de la población, han guillotinado los exiguos avances.

La oposición al sistema dominante de la desigualdad social está hoy por hoy formada por flujos de inmigrantes 'ilegales', de sur a norte y de este a oeste, por gobiernos que rechazan la política exterior estadounidense, por grupos terroristas que pretenden representar a los perdedores de la globalización, y finalmente, por minorías progresistas que sueñan con una distribución y utilización diferente de la riqueza de las naciones. La Revolución Francesa está aún lejos de concluir.

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