Los sucesos de Bagua actualizaron las consideraciones en torno a la “intervención extranjera”. Quisiera señalar que, desde que el proceso globalizador ha cubierto prácticamente todo el planeta y desde que los satélites suministran información sobre nuestros países de la que no siempre somos nosotros los beneficiarios directos, la terminología “intervención extranjera” es obsoleta. La globalización implica no solo una presencia económica a través de inversiones del exterior sino, también, una presencia ideológica y cultural a través de organismos oficiales de ayuda, iglesias, organizaciones internacionales y miles de organizaciones no gubernamentales especializadas en los más diversos rubros.
Que podamos estar de acuerdo con algunas y discrepemos de otras no significa que todas y cada una de ellas no representen una forma de “intervención extranjera”. Que se la considere benigna o nociva es un tema estrictamente subjetivo. Explotar el petróleo en la selva puede ser objeto de elogio y de escarnio al igual que contribuir con la población de esa misma selva para que defiendan mejor sus modos de vida. Ambas son “intervenciones extranjeras”. Que el gobierno apruebe unas y censure otras no le quita la etiqueta intervencionista.
Si a ello agregamos la novedad que significa la 'teledetección’, podemos colegir que no solo estamos interconectados y somos interdependientes, sino que, además, podemos ser manipulados, engañados o utilizados por quienes saben más de nuestro propio territorio que nosotros mismos. La 'teledetección’, que se realiza a través de satélites cada vez más sofisticados, puede identificar focos contaminantes, hacer inventarios forestales, medir el proceso de desertificación, analizar el impacto medioambiental, orientar el uso de los recursos naturales, realizar catastros urbanos y rurales, etc. Puede, además, en el campo meteorológico, prever variaciones climáticas y, por tanto, anticipar, qué cosechas serán exitosas y cuáles no, etc. Esta información, que aparenta ser puramente científica, se convierte en oro en manos de los especuladores bursátiles, quienes, desde el extremo opuesto del planeta, y sin haber visto nunca un peruano de carne y hueso, pueden enriquecerse con alguno de los tantos productos que da esta tierra. Eso no es malo pero, en todo caso, crea enormes ventajas comparativas a favor de quienes disponen del conocimiento. ¿Es “intervención extranjera”? Sí, sin duda.
Más allá de esta realidad, con la que debemos acostumbrarnos a convivir, hay un tema anexo que percibo como injusto. Se trata de la situación de vida de las poblaciones selváticas. ¿Es necesario que venga alguien de afuera para decirles qué es lo que les falta? Desde la televisión y la facilidad de las comunicaciones, que colocó ante sus ojos el mundo que no conocían, es imposible que no hayan hecho un inventario de sus carencias. Si alguien contribuye a movilizarlos es porque existen condiciones para esa movilización. Y, en ese campo, sin duda, la responsabilidad es enteramente local.
Que podamos estar de acuerdo con algunas y discrepemos de otras no significa que todas y cada una de ellas no representen una forma de “intervención extranjera”. Que se la considere benigna o nociva es un tema estrictamente subjetivo. Explotar el petróleo en la selva puede ser objeto de elogio y de escarnio al igual que contribuir con la población de esa misma selva para que defiendan mejor sus modos de vida. Ambas son “intervenciones extranjeras”. Que el gobierno apruebe unas y censure otras no le quita la etiqueta intervencionista.
Si a ello agregamos la novedad que significa la 'teledetección’, podemos colegir que no solo estamos interconectados y somos interdependientes, sino que, además, podemos ser manipulados, engañados o utilizados por quienes saben más de nuestro propio territorio que nosotros mismos. La 'teledetección’, que se realiza a través de satélites cada vez más sofisticados, puede identificar focos contaminantes, hacer inventarios forestales, medir el proceso de desertificación, analizar el impacto medioambiental, orientar el uso de los recursos naturales, realizar catastros urbanos y rurales, etc. Puede, además, en el campo meteorológico, prever variaciones climáticas y, por tanto, anticipar, qué cosechas serán exitosas y cuáles no, etc. Esta información, que aparenta ser puramente científica, se convierte en oro en manos de los especuladores bursátiles, quienes, desde el extremo opuesto del planeta, y sin haber visto nunca un peruano de carne y hueso, pueden enriquecerse con alguno de los tantos productos que da esta tierra. Eso no es malo pero, en todo caso, crea enormes ventajas comparativas a favor de quienes disponen del conocimiento. ¿Es “intervención extranjera”? Sí, sin duda.
Más allá de esta realidad, con la que debemos acostumbrarnos a convivir, hay un tema anexo que percibo como injusto. Se trata de la situación de vida de las poblaciones selváticas. ¿Es necesario que venga alguien de afuera para decirles qué es lo que les falta? Desde la televisión y la facilidad de las comunicaciones, que colocó ante sus ojos el mundo que no conocían, es imposible que no hayan hecho un inventario de sus carencias. Si alguien contribuye a movilizarlos es porque existen condiciones para esa movilización. Y, en ese campo, sin duda, la responsabilidad es enteramente local.
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