Todos esos contratos históricos tienen un defecto: suponen individuos desnudos y acósmicos, sin el mínimo vínculo con la naturaleza o la Tierra. Los contratos sociales ignoran y silencian totalmente el contrato natural.
Más todavía: a partir de los padres fundadores de la modernidad, Descartes y Bacon, se implantó la ilusión de que el ser humano está por encima y fuera de la naturaleza, con el propósito de dominarla y poseerla.
Este proyecto continúa llevándose a cabo mediante la guerra de conquista que se sigue con la apropiación de todos los recursos y servicios naturales. Atrás queda siempre un rastro de devastación de la naturaleza, y de deshumanización brutal.
Antes se hacía la guerra para apropiarse de regiones y pueblos. Hoy ya se han conquistado todos los espacios, y lo que se lleva es una guerra total y sin cuartel contra la Tierra, sus bienes y servicios, explotándolos hasta la extenuación. La Tierra no tiene ya descanso, refugio o espacio al que replegarse.
La agresión es mundial, y la reacción de la Tierra-Gaia está siendo también mundial. La respuesta es el conjunto de varias crisis, agrupadas en el devastador calentamiento planetario. Es la venganza de Gaia.
No tenemos otra salida que no sea reintroducir consciente y rápidamente lo que habíamos olvidado: un contrato natural articulado con el contrato social. Se trata de superar nuestro arrogante antropocentrismo y de poner todas las cosas en su lugar, y a nosotros junto a ellas, como parte de un todo.
¿Qué es un contrato natural?: Es el reconocimiento por parte del ser humano de que él está inserto en la naturaleza, de la que recibe todo, y el reconocimiento de que debe comportarse como hijo de la Madre Tierra, devolviéndole cuidado y protección para que ella continúe haciendo lo que siempre hace: darnos vida y medios de vida.
El contrato natural, como todos los contratos, supone reciprocidad. La naturaleza nos da todo lo que necesitamos, y nosotros, en contrapartida, la respetamos, y reconocemos sus derechos de existir y preservamos su integridad y vitalidad.
Al contrato exclusivamente social debemos añadir ahora el contrato natural de reciprocidad y simbiosis. Renunciamos a dominar y a poseer, y nos hermanamos con todas las cosas. No simplemente las utilizamos, sino que, al usarlas cuando lo necesitamos, las contemplamos, admiramos su belleza y organicidad, y cuidamos de ellas.
La naturaleza es nuestro anfitrión generoso, y nosotros somos sus huéspedes agradecidos. No vamos a establecer una tregua en esta guerra sin fin, sino que vamos a establecer una paz perenne con la naturaleza y con la Tierra.
La crisis económica de 1929 ni por un momento se preguntó por la naturaleza y por la Tierra. Su presupuesto ilusorio era que ellas estarían siempre ahí, disponibles y con recursos infinitos. Hoy la situación es distinta. Ya no podemos dar por descontada la Tierra con sus bienes y servicios. Éstos se han evidenciado finitos, y ya hemos sobrepasado su capacidad de reposición en un 40%.
¿Cuándo es traído a debate ese factor, a la búsqueda de soluciones para la crisis actual? Estamos siendo dominados por economistas –en su gran mayoría, verdaderos “idiotas especializados” (Fachidioten), que no ven sino números, mercados y monedas, y olvidan que comen, beben, respiran y pisan suelos contaminados. O sea: que sólo pueden hacer lo que hacen porque están asentados en la naturaleza, que les posibilita hacer todo lo que hacen, especialmente dar razones al egoísmo y a las barbaridades que la actual economía hace, perjudicando a millones y millones de personas, y que van minando la base que la sostiene.
O restablecemos la reciprocidad entre la naturaleza y el ser humano, y rearticulamos el contrato social con el contrato natural, o tenemos que aceptar el riesgo de ser expulsados y eliminados por Gaia. Confío que en aprenderemos a partir del sufrimiento y del uso del poco buen sentido que todavía nos queda.
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