El lenguaje es un poderoso instrumento en la creación de imaginarios para contribuir a desprestigiar personas, procesos políticos, conductas, y generar rivalidades que carecen de sustento. Ahora se ha resucitado el término 'comunista’ para calificar cualquier gesto que contradiga los intereses de los poderes económicos. Se repite la doctrina Bush que nos quería hacer creer que un enemigo potencial era todo aquel que no compartía el pensamiento oficial de la tenebrosa administración republicana. Quienes no creían que había armas de destrucción masiva en Irak –solo porque sabían que se trataba de un engaño monumental– eran colocados en el bando de los indeseables, de aquellos que tarde o temprano integrarían 'el eje del mal’.
Quienes sabían que Saddam Hussein y Osama bin Laden eran enemigos irreconciliables –y, por tanto, no era posible atribuirle al presidente iraquí responsabilidad en el atentado a las Torres Gemelas– también eran mal vistos. Tengo una colección de correos electrónicos de aquella época que atestiguan lo poco que hace falta para diseminar una mentira y la fuerza con que esa mentira se transforma en una suerte de paradigma ideológico con el que no está permitido disentir. Las convicciones parecen supeditadas a los caprichos de quienes manejan la información. La repetición hace de mentiras, verdades, y de hechos objetivamente censurables para cualquier conciencia sensata, metas deseables. En suma: el reino del revés y el triunfo de la irracionalidad sobre el sentido común.
Hoy sabemos que los fantasmas agitados por Bush eran falsos, pero nadie asume esa realidad como una lección que lo lleve a desconfiar de las nuevas mentiras. Aceptar hoy, crédulamente, que las bases militares en Colombia son exclusivamente para combatir el narcotráfico y el terrorismo es una expresión de inocencia –o de estupidez, si se prefiere– que no podemos ni debemos permitirnos. Aceptar que lo ocurrido en Honduras fue una sustitución constitucional, y no un golpe de Estado, es otra de las intragables 'verdades’ que difunden quienes carecen de respeto por lo que ellos, incluso, llaman “sus convicciones democráticas”. También es tonto creer que lo que ocurre en Honduras y Colombia son hechos aislados que nada tienen que ver entre sí. Las declaraciones de la vicecanciller de quienes usurpan el gobierno en Honduras señalan una línea en cuya perspectiva no hay nada que perder. Dice esta admirable troglodita, llamada Martha Lorena Alvarado, que la delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA que pasó por el país centroamericano –para investigar presuntas violaciones de las libertades civiles tras el golpe de Estado del 28 de junio– está integrada por “izquierdistas”. En verdad, para quien justifica el despojo a Mel Zelaya, cualquiera que no lo haga debe ser un 'izquierdista’. Esa lógica maniquea vuelve a subir de tono en nuestra América, y debemos estar atentos para no sucumbir, como otras veces, a los encantos de su estupidizante irracionalidad.
Quienes sabían que Saddam Hussein y Osama bin Laden eran enemigos irreconciliables –y, por tanto, no era posible atribuirle al presidente iraquí responsabilidad en el atentado a las Torres Gemelas– también eran mal vistos. Tengo una colección de correos electrónicos de aquella época que atestiguan lo poco que hace falta para diseminar una mentira y la fuerza con que esa mentira se transforma en una suerte de paradigma ideológico con el que no está permitido disentir. Las convicciones parecen supeditadas a los caprichos de quienes manejan la información. La repetición hace de mentiras, verdades, y de hechos objetivamente censurables para cualquier conciencia sensata, metas deseables. En suma: el reino del revés y el triunfo de la irracionalidad sobre el sentido común.
Hoy sabemos que los fantasmas agitados por Bush eran falsos, pero nadie asume esa realidad como una lección que lo lleve a desconfiar de las nuevas mentiras. Aceptar hoy, crédulamente, que las bases militares en Colombia son exclusivamente para combatir el narcotráfico y el terrorismo es una expresión de inocencia –o de estupidez, si se prefiere– que no podemos ni debemos permitirnos. Aceptar que lo ocurrido en Honduras fue una sustitución constitucional, y no un golpe de Estado, es otra de las intragables 'verdades’ que difunden quienes carecen de respeto por lo que ellos, incluso, llaman “sus convicciones democráticas”. También es tonto creer que lo que ocurre en Honduras y Colombia son hechos aislados que nada tienen que ver entre sí. Las declaraciones de la vicecanciller de quienes usurpan el gobierno en Honduras señalan una línea en cuya perspectiva no hay nada que perder. Dice esta admirable troglodita, llamada Martha Lorena Alvarado, que la delegación de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA que pasó por el país centroamericano –para investigar presuntas violaciones de las libertades civiles tras el golpe de Estado del 28 de junio– está integrada por “izquierdistas”. En verdad, para quien justifica el despojo a Mel Zelaya, cualquiera que no lo haga debe ser un 'izquierdista’. Esa lógica maniquea vuelve a subir de tono en nuestra América, y debemos estar atentos para no sucumbir, como otras veces, a los encantos de su estupidizante irracionalidad.
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