Quienes leen esta columna saben sobre nuestra preocupación por el rol de la prensa en la sociedad contemporánea. Erich Fromm decía: “Los deseos de los seres humanos apenas surgen ya de ellos mismos; más bien, se despiertan y gobiernan desde afuera”. Es la prensa, precisamente, quien juega el papel más activo en esta orientación de los deseos y del pensamiento de los ciudadanos. Es natural, en una sociedad capitalista, que cada uno, en defensa de sus intereses económicos, trate de dirigir a la opinión pública a pensar como ellos. Y así ocurre. Lo constato diariamente a través de decenas de correos electrónicos donde airados lectores me reclaman por no pensar como la mayoría de mis colegas. Lo dramático no es el reclamo: lo dramático reside en que repiten, cual virtuosas cacatúas, los mismos argumentos, sin cambiar una coma, que la prensa ha tatuado en sus cerebros. Me encantan las críticas que salen de los parámetros oficiales. Acertadas o no, son la expresión de un pensamiento libre. Confieso que cada vez abundan menos.Estamos cayendo en un tristísimo empobrecimiento de las neuronas que, estoy seguro, preludia la instalación de conductas totalitarias. Las dictaduras se siembran, primero, en la mente de los seres humanos. Son ellos quienes las piden. Vienen entonces los que han abonado el terreno y los satisfacen.
Luego, a la hora de llorar la tontería cometida, será tarde y costará sangre volver a recuperar la libertad perdida para poder entregársela nuevamente a aquel que, creando miedo con la mentira, nos lleve a repetir los mismos errores. Veamos quiénes manejan la prensa y, luego, que cada uno saque sus conclusiones: “EE.UU. y la Unión Europea controlan el 90% de la información del planeta: de las 300 principales agencias de prensa, 144 tienen su sede en EE.UU., 80 en Europa y 49 en Japón. Los países pobres, en los que vive el 75% de la humanidad, poseen el 30% de los periódicos del mundo”. (Ana Delicado).
Una frase –dicha en 1980– del periodista neoyorquino John Swinton pone los pelos de punta: “En EE.UU. no existe prensa libre e independiente. Ustedes lo saben tan bien como yo. Ni uno solo de entre ustedes se atreve a escribir sus opiniones honradas, y saben muy bien que, si lo hicieran, no se publicarían. Me pagan un sueldo para que no publique mis opiniones, y todos sabemos que, si osáramos hacerlo, estaríamos en la calle de inmediato. La labor del periodista es la destrucción de la verdad, la mentira flagrante, la perversión de los hechos y la manipulación de la opinión al servicio de las potencias económicas. Somos herramientas obedientes de los ricos y poderosos que mueven los hilos entre bastidores. Nuestros talentos, nuestras capacidades y nuestras vidas pertenecen a esos hombres. Somos prostitutas del intelecto. Todo esto ¡ustedes lo saben tan bien como yo!”.
Así fue cómo Bush los llevó de la nariz hacia Irak a justificar las torturas. Y así, antes, invadieron Vietnam. Hoy se sabe y no verlo es, simplemente, complicidad o ceguera voluntaria.
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