Quizá sea su postura ideológica, quizá su insolente e injustificada prepotencia, pero lo cierto es que el presidente de facto de Honduras, Roberto Micheletti, me impresiona como un amateur fanático jugando en las ligas profesionales. El hombre no termina nunca de equivocarse. Dice, se desdice, se contradice, da dos pasos para delante, luego va hacia el costado y terminará, como es lógico y como todos los demócratas lo deseamos, cayéndose –llamo demócratas no a quienes creen que la democracia es solo una oportunidad para hacer mejores negocios y que la defienden en tanto esos negocios marchen según sus intereses–. A este personaje no lo salva ni el rosario cuyas cuentas manosea sin que las mismas le regalen, ya no la presencia del Espíritu Santo, sino una cuota mínima de sentido común. Es un pobre tipo lleno de soberbia, con más méritos para actuar como clown en un circo que para cumplir una función pública por modesta que sea.
Ahora admite que el golpe de Estado fue un error, acusa a quienes se llevaron a Zelaya, amenaza con llevarlos ante la justicia, e invita a tres senadores de la extrema derecha de los Estados Unidos a poner la cara por sus compinches. Usa, hasta el agotamiento, los pocos recursos que le quedan para prolongar una situación cuya incoherencia de fondo y de forma se hace insostenible. Ni su amigo y sostenedor, el cardenal Óscar Rodríguez –ligado al Opus Dei–, logrará un acuerdo que permita a los golpistas salir sin rasguños del berenjenal que han creado. Más allá del desprestigio moral que tienen frente a la comunidad internacional, y exceptuados los extremistas y chiflados de siempre, es imposible que esta asonada se cierre con un 'borrón y cuenta nueva’. Una solución de esa naturaleza en el corto plazo sería dejar a Micheletti y su pandilla en el poder pero, a la larga, sigue siendo una invitación a tentar suerte política a través de las armas. Evitar las urnas en tiempos de crisis económica es casi una constante en el pensamiento de los sectores fascistas de la sociedad. Por ello Honduras no es una anécdota. Honduras es una prueba, y muy seria, donde los poderes en pugna vuelven a medir fuerzas teniendo como fondo un horizonte cuyas promesas para el futuro no son demasiado halagüeñas.
Importa subrayar, respecto al ya mencionado cardenal Óscar Rodríguez, que este príncipe de la Iglesia apoyó un golpe de Estado condenado por los 192 miembros de las Naciones Unidas. Es el mismo que declaró al fundador del Opus Dei, José María Escrivá, como hijo predilecto de Honduras e inauguró una plaza en su honor. Nuestros lectores podrán comprender, sin necesidad de entrar en honduras con minúsculas, el porqué de esta información y por qué la misma no puede, ni debe sernos, indiferente. Además hay un hecho que la prensa tampoco ha difundido, y es que hoy participan del actual gobierno de facto numerosos militantes del Opus que, ratificando su historia, suscriben, una vez más, su afecto por el poder y su menosprecio por los valores democráticos.
Ahora admite que el golpe de Estado fue un error, acusa a quienes se llevaron a Zelaya, amenaza con llevarlos ante la justicia, e invita a tres senadores de la extrema derecha de los Estados Unidos a poner la cara por sus compinches. Usa, hasta el agotamiento, los pocos recursos que le quedan para prolongar una situación cuya incoherencia de fondo y de forma se hace insostenible. Ni su amigo y sostenedor, el cardenal Óscar Rodríguez –ligado al Opus Dei–, logrará un acuerdo que permita a los golpistas salir sin rasguños del berenjenal que han creado. Más allá del desprestigio moral que tienen frente a la comunidad internacional, y exceptuados los extremistas y chiflados de siempre, es imposible que esta asonada se cierre con un 'borrón y cuenta nueva’. Una solución de esa naturaleza en el corto plazo sería dejar a Micheletti y su pandilla en el poder pero, a la larga, sigue siendo una invitación a tentar suerte política a través de las armas. Evitar las urnas en tiempos de crisis económica es casi una constante en el pensamiento de los sectores fascistas de la sociedad. Por ello Honduras no es una anécdota. Honduras es una prueba, y muy seria, donde los poderes en pugna vuelven a medir fuerzas teniendo como fondo un horizonte cuyas promesas para el futuro no son demasiado halagüeñas.
Importa subrayar, respecto al ya mencionado cardenal Óscar Rodríguez, que este príncipe de la Iglesia apoyó un golpe de Estado condenado por los 192 miembros de las Naciones Unidas. Es el mismo que declaró al fundador del Opus Dei, José María Escrivá, como hijo predilecto de Honduras e inauguró una plaza en su honor. Nuestros lectores podrán comprender, sin necesidad de entrar en honduras con minúsculas, el porqué de esta información y por qué la misma no puede, ni debe sernos, indiferente. Además hay un hecho que la prensa tampoco ha difundido, y es que hoy participan del actual gobierno de facto numerosos militantes del Opus que, ratificando su historia, suscriben, una vez más, su afecto por el poder y su menosprecio por los valores democráticos.
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