El poder de la publicidad es inmenso: lleva a que uno compre lo que no necesita, apoye políticas que le perjudican y vote por quien pronto será su enemigo. Esa publicidad, que en los últimos años ha exaltado las propuestas neoliberales, ha creado una visión tan distorsionada de la realidad, que hasta quienes habitualmente piensan por sí mismos terminan repitiendo el mismo estribillo que coralmente entonan quienes, olvidando su propia capacidad crítica, solo repiten lo que han leído o escuchado. En una reunión social, un antiguo militante de izquierda –y como el iluminado que da una lección a quien aún permanece en las tinieblas– me dijo: “El sistema capitalista es el sistema que más riqueza crea”. Y sí, qué duda cabe. La cuestión es que yo no apuesto a un sistema que genere más riqueza, sino a un sistema que, en primer lugar, produzca riqueza sin alterar el equilibrio natural y que, en segundo lugar, asegure una mejor distribución de los bienes que produce. ¿Qué me puede importar más riqueza si esta queda concentrada en pocas manos, haciendo cada vez más escandalosas las distancias sociales? El cuento del 'chorreo’ no me convence. Y no me convence porque la cultura que los humanos hemos creado tiende a la acumulación infinita. Nada es suficiente. La consigna es tener más y, para ello, hay que evitar que los otros tengan lo suyo, pues los bienes son limitados. Saber eso, y ver el comportamiento del FMI, ensombrece el alma. Esa canalla internacional sigue aconsejando, luego de prometer cambios, las mismas políticas que enriquecen a pocos y perjudican a muchos.
Veamos Islandia: este país desplegó un 'neoliberalismo puro’, tuvo quince años de crecimiento económico y fue considerado como uno de los países más ricos del planeta. En el 2008 regresó a la realidad y registró la mayor crisis financiera de la historia de los países industrializados. La banca, privatizada íntegramente, desplegó todos sus esfuerzos para captar capitales extranjeros y se crearon 'cuentas en línea’ con las que, mediante la reducción de los costos de gestión, se pueden ofrecer tasas de interés relativamente interesantes. En cuatro años, la deuda externa de los principales bancos islandeses se cuadruplicó, ¡pasando del 200% del PIB en 2003 al 900 % en 2007! Cuando se desmoronaron los mercados financieros en 2008, esos bancos quebraron y no pudieron cumplir sus compromisos. La pérdida del 85% del valor de la moneda nacional frente al euro multiplicó la deuda por diez, y ya nadie otorgó préstamos o financió salvamentos.
Allí, el FMI impuso las mismas recetas que tanto daño provocaron por estas tierras: recomendó reducir los gastos públicos en los sectores de salud y educación, aumentar los impuestos laborales e indirectos y elevar las tasas de interés. Resultado: se agravó la crisis, aumentó el descontento y el Parlamento adoptó una resolución que recuerda al primer gobierno aprista: se destinará, como máximo, un 6% del incremento del PIB para el reembolso de la deuda. Y si no hay crecimiento económico, no habrá reembolso.
Veamos Islandia: este país desplegó un 'neoliberalismo puro’, tuvo quince años de crecimiento económico y fue considerado como uno de los países más ricos del planeta. En el 2008 regresó a la realidad y registró la mayor crisis financiera de la historia de los países industrializados. La banca, privatizada íntegramente, desplegó todos sus esfuerzos para captar capitales extranjeros y se crearon 'cuentas en línea’ con las que, mediante la reducción de los costos de gestión, se pueden ofrecer tasas de interés relativamente interesantes. En cuatro años, la deuda externa de los principales bancos islandeses se cuadruplicó, ¡pasando del 200% del PIB en 2003 al 900 % en 2007! Cuando se desmoronaron los mercados financieros en 2008, esos bancos quebraron y no pudieron cumplir sus compromisos. La pérdida del 85% del valor de la moneda nacional frente al euro multiplicó la deuda por diez, y ya nadie otorgó préstamos o financió salvamentos.
Allí, el FMI impuso las mismas recetas que tanto daño provocaron por estas tierras: recomendó reducir los gastos públicos en los sectores de salud y educación, aumentar los impuestos laborales e indirectos y elevar las tasas de interés. Resultado: se agravó la crisis, aumentó el descontento y el Parlamento adoptó una resolución que recuerda al primer gobierno aprista: se destinará, como máximo, un 6% del incremento del PIB para el reembolso de la deuda. Y si no hay crecimiento económico, no habrá reembolso.
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