“La idea de que se puede fomentar la paz mientras se alientan los esfuerzos de posesión y lucro es una ilusión –y peligrosa– porque le impide a la gente reconocer que se enfrenta a una clara alternativa: un cambio radical de su carácter o la guerra permanente. Desde luego, esta es una vieja alternativa; los dirigentes han elegido la guerra, y los pueblos los han seguido. Hoy, con el increíble aumento de la destructividad de las nuevas armas, la alternativa no es la guerra, sino el suicido colectivo”. Erich Fromm escribió estas palabras premonitorias en 1976. Hacía solo un año de la estrepitosa derrota de EE.UU. en Vietnam, que dejó un impreciso saldo de muertos que oscila entre 2 y 5.7 millones de personas, además de gravísimos daños medioambientales. Ya entre 1950 y 1953, apenas cinco años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, sufrimos la Guerra de Corea. En los últimos años asistimos a la guerra entre Irán e Irak, promocionada por Occidente para debilitar a la teocracia iraní, gracias a los servicios del impresentable ex socio de los EE.UU., Saddam Hussein. Vino luego la Primera Guerra del Golfo, con 30,000 muertos en el bando del ex aliado iraquí y solo 378 en lo que se denominó la Coalición de Naciones Unidas encabezada por la superpotencia y dirigida por uno de los generales del Pentágono. Más tarde, y como injustificada represalia al ataque del 11 de setiembre a las Torres Gemelas, asistimos a la Segunda Guerra del Golfo, con más de un millón de muertos y daños materiales descomunales, que aún sigue en curso, y a la guerra de una Coalición de la OTAN contra Afganistán, uno de los países más pobres del planeta. Antes, durante y después de las guerras mencionadas, hubo conflictos en Ruanda, Liberia, Sudán, Nicaragua, etc.
Una frase atribuida a Jesús dice: “Y oiréis de guerras y rumores de guerra”. No precisa el tiempo pero, en todo caso, tampoco se equivocó. La guerra, en una sociedad que alienta 'la posesión y el lucro’, es un hecho normal. No hace falta más que observar el calendario bélico para darse cuenta de que la furia destructiva no cesa. Ayer por el petróleo, mañana por el agua. En un momento para dominar el planeta, en otro para instaurar democracias allí donde ni la palabra se conoce o donde los gobiernos de turno favorecen los grandes intereses económicos.
El teólogo Leonardo Boff no menciona la guerra pero, en un reciente artículo, alude a la orientación que se le está dando a la tecnología que, al fin y al cabo, tiene la misma lógica que la propia guerra. No mata directamente a los seres humanos, pero destruye su medio ambiente o se apropia de los recursos naturales, lo que, a la larga, es más o menos lo mismo. Dice Boff: “Los señores del dinero someten a las personas, controlan la sociedad y deciden qué saber y qué técnica hay que desarrollar para reforzar su poder. No se produce para la vida sino para el mercado. No se inventa para la sociedad sino para el lucro”. En suma, la sociedad apunta a destruirse a partir del cultivo de valores que no pueden conducir a otro final que no sea la tragedia.
Una frase atribuida a Jesús dice: “Y oiréis de guerras y rumores de guerra”. No precisa el tiempo pero, en todo caso, tampoco se equivocó. La guerra, en una sociedad que alienta 'la posesión y el lucro’, es un hecho normal. No hace falta más que observar el calendario bélico para darse cuenta de que la furia destructiva no cesa. Ayer por el petróleo, mañana por el agua. En un momento para dominar el planeta, en otro para instaurar democracias allí donde ni la palabra se conoce o donde los gobiernos de turno favorecen los grandes intereses económicos.
El teólogo Leonardo Boff no menciona la guerra pero, en un reciente artículo, alude a la orientación que se le está dando a la tecnología que, al fin y al cabo, tiene la misma lógica que la propia guerra. No mata directamente a los seres humanos, pero destruye su medio ambiente o se apropia de los recursos naturales, lo que, a la larga, es más o menos lo mismo. Dice Boff: “Los señores del dinero someten a las personas, controlan la sociedad y deciden qué saber y qué técnica hay que desarrollar para reforzar su poder. No se produce para la vida sino para el mercado. No se inventa para la sociedad sino para el lucro”. En suma, la sociedad apunta a destruirse a partir del cultivo de valores que no pueden conducir a otro final que no sea la tragedia.
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