miércoles, 15 de julio de 2009

GUILLERMO GIACOSA: "CRÓNICAS DE RICOS POBRES Y DE POBRES RICOS"


Crónica de ricos pobres y de pobres ricos

Guillermo Giacosa
Perú 21 Online, 15 de julio de 2009

No entristece demasiado saber que los ricos más ricos del mundo han comprado durante el 2008 menos Lamborghinis, menos obras de arte y que, en general, los 80 mil afortunados que poseen el 10% del patrimonio global del planeta, siendo ellos solo el 0.001 de la población, han debido lamentar que sus posesiones pasaran de 40.7 billones de dólares a solo 30 billones de la misma moneda. Han perdido algo así como el 24% de sus fortunas. No les faltará comida, ni casas en varias ciudades o países, ni viajes, ni joyas, pero, qué pena, comprarán un auto de lujo menos o una obra de arte menos para agregar a sus colecciones. Esa alteración en sus hábitos de todo poder no afectará demasiado, sin embargo, la economía planetaria. Debemos aclarar que se considera personas de altos patrimonios a aquellos que poseen más de un millón de dólares en activos de inversión, sin contar sus casas, sus yates, sus autos, sus joyas, sus, sus, sus, sus, sus…

Un informe señala que se trata de una reducción “sin precedentes” entre los súper ricos, pero subraya, para tranquilidad de todos, que lo que ellos han perdido solo equivale a las ganancias que acumularon a lo largo del 2006 y del 2007. Como anécdota recordaremos que Estados Unidos alberga al 28.7% de los súper ricos; que, en diciembre del año pasado, uno de estos raros especímenes compró, en Londres, un diamante que le costó 24.3 millones de dólares (y que seguramente reposa en una caja fuerte), y que, entre el 2002 y el 2007, la riqueza combinada de las personas con alto patrimonio neto creció a un ritmo de un 9% anual. Teniendo los súper ricos un importante peso político y no habiendo perdido nada que realmente puedan sentir, ¿gravitarán para que, en el futuro, se apliquen las mismas medidas que les ayudaron a incrementar sus patrimonios y que tanto afectaron al resto de la población mundial? Seguramente sí.

Como contracara de esta crónica de la abundancia material, leí que, en Buenos Aires, al entregársele una importante condecoración al escritor uruguayo Eduardo Galeano, este dijo: “Yo no conozco dicha más alta que la alegría de reconocerme en los demás. Quizás esa es, para mí, la única inmortalidad digna de fe. Reconocerme en los demás, reconocerme en mi patria y en mi tiempo, y también reconocerme en mujeres y hombres que son compatriotas míos, nacidos en otras tierras, y reconocerme en mujeres y hombres que son contemporáneos míos, vividos en otros tiempos”. Habla de valores que nada tienen que ver con la riqueza material, pero que tienen, por ser valores del espíritu, una perdurabilidad superior en el tiempo a la que representan los valores materiales.

¿Existirá entre los súper ricos esa alegría de reconocerse en los demás? Esa plenitud que, sin negar nuestra individualidad, reconoce al otro y en el otro una extensión de los propios sueños y, además, comparte la sensación de ser solidarios en esta inexplicable y muchas veces trágica aventura de la especie humana sobre el planeta Tierra.

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