No sé si las notas de la BBC han sido las más adecuadas para Fiestas Patrias, pero sí estoy seguro de que es imprescindible elevar el nivel del debate sobre los tiempos que corren. Cada día leo artículos que hablan de la crisis casi en pasado, y otros que afirman que lo peor está por venir. Desgraciadamente, las previsiones que no son obvias pertenecen al rubro milagros. Ni la caída del Muro de Berlín ni el 11 de setiembre fueron previstos por los organismos de Inteligencia que consumen millones de dólares en todo el mundo.
Lo obvio también escapa a nuestra percepción. Si ya en 2007 se calculaba que el PIB mundial (todos los bienes y servicios del mundo) era de 63 billones y que el mercado de los derivados era de 596 billones (10 veces más que lo que producía el planeta), era posible colegir, sin ser economista, que íbamos hacia una catástrofe. El PIB es real, tangible, los derivados solo son una fantasía creada a partir de esa realidad. Una ficción que irremediablemente se debía derrumbar... como se derrumbó. Afectó a todo el planeta y, más allá de algunos millonarios que se suicidaron, el fenómeno producirá, según la ONU, 90 millones de pobres más de los que se calculó inicialmente.
En el campo de las ideas y de los valores, lo que más me ha impresionado, más allá del infantilismo mágico con el que se aceptan absurdos como 'la mano invisible del mercado’, es la referencia a la filósofa y novelista Ayn Rand quien, allá por los 40, planteó que el egoísmo –la búsqueda ciega del propio beneficio– era el fundamento de la civilización.
Me impresiona, primero, porque creo que es una visión que corresponde a los modos como hemos elegido estructurar la sociedad y no a un impulso genético y, segundo, porque brinda una excusa para limpiar la conciencia y escudarse en un argumento que sirve para justificar cualquier atrocidad. Y no solo para justificarla sino también para insistir en ella como si la autodestrucción de la vida en el planeta fuera nuestra misión. Cuando oigo decir que nada de lo esencial debe variar, comprendo aquello de que el pensamiento mágico, es decir, la irracionalidad, siempre cierra el círculo de sus afirmaciones y regresa a ellas sea cual fuere el motivo que probó su falsedad. Algunos evolucionistas afirman que el altruismo es una mera estrategia de supervivencia. Yo creo lo contrario, el egoísmo es una estrategia de supervivencia propia de una etapa primitiva de nuestro desarrollo. Estrategia que conduce a la insatisfacción más profunda según lo revelan los índices de alcoholismo, drogadicción, suicidios, depresiones, violencia y pobreza. Estrategia que crea riqueza a un precio cuyo costo final es –sin discusión– la destrucción de la vida. Eso debemos discutir: o aceptamos ser individuos, que forman parte de una sociedad y que, además, son miembros de una especie que tiene sobre sus hombros la responsabilidad de prolongar la vida sobre la Tierra, o nos zurramos en estas pertenencias y en esta responsabilidad y seguimos apostando al carnaval del éxito individual como valor supremo de nuestra existencia.
Lo obvio también escapa a nuestra percepción. Si ya en 2007 se calculaba que el PIB mundial (todos los bienes y servicios del mundo) era de 63 billones y que el mercado de los derivados era de 596 billones (10 veces más que lo que producía el planeta), era posible colegir, sin ser economista, que íbamos hacia una catástrofe. El PIB es real, tangible, los derivados solo son una fantasía creada a partir de esa realidad. Una ficción que irremediablemente se debía derrumbar... como se derrumbó. Afectó a todo el planeta y, más allá de algunos millonarios que se suicidaron, el fenómeno producirá, según la ONU, 90 millones de pobres más de los que se calculó inicialmente.
En el campo de las ideas y de los valores, lo que más me ha impresionado, más allá del infantilismo mágico con el que se aceptan absurdos como 'la mano invisible del mercado’, es la referencia a la filósofa y novelista Ayn Rand quien, allá por los 40, planteó que el egoísmo –la búsqueda ciega del propio beneficio– era el fundamento de la civilización.
Me impresiona, primero, porque creo que es una visión que corresponde a los modos como hemos elegido estructurar la sociedad y no a un impulso genético y, segundo, porque brinda una excusa para limpiar la conciencia y escudarse en un argumento que sirve para justificar cualquier atrocidad. Y no solo para justificarla sino también para insistir en ella como si la autodestrucción de la vida en el planeta fuera nuestra misión. Cuando oigo decir que nada de lo esencial debe variar, comprendo aquello de que el pensamiento mágico, es decir, la irracionalidad, siempre cierra el círculo de sus afirmaciones y regresa a ellas sea cual fuere el motivo que probó su falsedad. Algunos evolucionistas afirman que el altruismo es una mera estrategia de supervivencia. Yo creo lo contrario, el egoísmo es una estrategia de supervivencia propia de una etapa primitiva de nuestro desarrollo. Estrategia que conduce a la insatisfacción más profunda según lo revelan los índices de alcoholismo, drogadicción, suicidios, depresiones, violencia y pobreza. Estrategia que crea riqueza a un precio cuyo costo final es –sin discusión– la destrucción de la vida. Eso debemos discutir: o aceptamos ser individuos, que forman parte de una sociedad y que, además, son miembros de una especie que tiene sobre sus hombros la responsabilidad de prolongar la vida sobre la Tierra, o nos zurramos en estas pertenencias y en esta responsabilidad y seguimos apostando al carnaval del éxito individual como valor supremo de nuestra existencia.
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