Zenón Depaz Toledo
La Primera Online, 28 de julio de 2009
Las más notables reflexiones sobre la historia han tendido a subrayar que los cambios de mayor envergadura son resultados de corrientes inicialmente “subterráneas”, poco visibles sino ocultas por lo que Nietzsche (uno de los que así pensaban) llamaba el “ruido del mercado”, que suele capturar nuestra atención.
En el mismo sentido, Marx hablaba del “viejo topo” de la historia, que avanza bajo la superficie de los hechos inmediatamente perceptibles, para emerger en el momento menos previsible, alterando ese orden superficial. Conviene no perderlo de vista, ahora que la fanfarria protocolar (con o sin desfile militar) del mensaje presidencial de fiestas acapara la atención mediática.
No sólo porque su emisor de turno se encargó de acentuar el carácter meramente protocolar, ilusionista, de juego pirotécnico de tales discursos, devaluando su credibilidad, desde que dejara en total olvido sus promesas electorales, como luego otras solemnes promesas (incluyendo terminar con el obsceno abuso de la propaganda presidencial a costa de nuestros impuestos), sino sobre todo porque en el tramo final, ya preelectoral, de su mandato, y con señales tan elocuentes como la entrada en escena de los inefables Alva Castro y Velásquez Quesquén, difícilmente cabe esperar ya alguna reforma en el aparato estatal, que no sea su apristización o mayor mediocrización (da lo mismo)…
Por tanto, mayor valor tiene y da notar que el Perú de hoy, pese a Garcías, Fujimoris y sus congéneres, no es el mismo de hace cuatro décadas, y no por los anuncios presidenciales, sino fundamentalmente por obra de actores emergentes, casi anónimos, multitudinarios, que remontando heroicamente la secular exclusión impuesta por el Estado criollo, sumaron a los dramáticos cambios en la historia mundial reciente una revolución profunda, de andinización del país, que ha cambiado irreversiblemente su rostro en el imaginario colectivo.
Para el potencial creativo así abierto en la economía y la cultura por aquellos actores, el Estado ha sido y sigue siendo un obstáculo que el discurso de García no modificará en absoluto, ocupado como está en atender los intereses de sus socios transnacionales, coincidentes con los suyos. Queda pendiente, para culminar aquella revolución, de cuyo curso depende el destino del país y de todo el área andina, la efectiva y profunda reforma del Estado, que pasa por coronar en el plano del poder político aquella gesta colectiva de andinización o, como dijera el Amauta Mariátegui, de peruanización del Perú.
En el mismo sentido, Marx hablaba del “viejo topo” de la historia, que avanza bajo la superficie de los hechos inmediatamente perceptibles, para emerger en el momento menos previsible, alterando ese orden superficial. Conviene no perderlo de vista, ahora que la fanfarria protocolar (con o sin desfile militar) del mensaje presidencial de fiestas acapara la atención mediática.
No sólo porque su emisor de turno se encargó de acentuar el carácter meramente protocolar, ilusionista, de juego pirotécnico de tales discursos, devaluando su credibilidad, desde que dejara en total olvido sus promesas electorales, como luego otras solemnes promesas (incluyendo terminar con el obsceno abuso de la propaganda presidencial a costa de nuestros impuestos), sino sobre todo porque en el tramo final, ya preelectoral, de su mandato, y con señales tan elocuentes como la entrada en escena de los inefables Alva Castro y Velásquez Quesquén, difícilmente cabe esperar ya alguna reforma en el aparato estatal, que no sea su apristización o mayor mediocrización (da lo mismo)…
Por tanto, mayor valor tiene y da notar que el Perú de hoy, pese a Garcías, Fujimoris y sus congéneres, no es el mismo de hace cuatro décadas, y no por los anuncios presidenciales, sino fundamentalmente por obra de actores emergentes, casi anónimos, multitudinarios, que remontando heroicamente la secular exclusión impuesta por el Estado criollo, sumaron a los dramáticos cambios en la historia mundial reciente una revolución profunda, de andinización del país, que ha cambiado irreversiblemente su rostro en el imaginario colectivo.
Para el potencial creativo así abierto en la economía y la cultura por aquellos actores, el Estado ha sido y sigue siendo un obstáculo que el discurso de García no modificará en absoluto, ocupado como está en atender los intereses de sus socios transnacionales, coincidentes con los suyos. Queda pendiente, para culminar aquella revolución, de cuyo curso depende el destino del país y de todo el área andina, la efectiva y profunda reforma del Estado, que pasa por coronar en el plano del poder político aquella gesta colectiva de andinización o, como dijera el Amauta Mariátegui, de peruanización del Perú.
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