Zenón Depaz Toledo
La Primera Online, 7 de julio de 2009
“No nos vamos a poner de acuerdo, porque ustedes no me van a entender nunca”, dijo Rosa María Palacios (antes de devenir entusiasta abencióloga), a dos dirigentes amazónicos, en una asfixiante entrevista que difícilmente podría ser considerada un diálogo, careciendo -de su parte- de una elemental apertura hacia el otro, con disposición a entender su situación y sus razones; condición para su reconocimiento como equivalente, como ser humano.
En una grave situación para el país, producto precisamente de la intolerancia y la exclusión (la mayor de ellas siempre será presumir que el otro carece de razón; anulándolo como interlocutor; convirtiendo la entrevista en patética parodia de un diálogo inexistente, cerrado desde el inicio), esa actitud, refrendada con la obsesiva pregunta –en insoportable tono descalificador- sobre qué ganaron con su lucha, equivale a la de Alan García, que en su último artículo reincide en la lógica de la confrontación, apelando a la surrealista visión de un complot extranjero contra el Perú, con guerra fría incluida, con él como baluarte de la democracia (¿!), y no favorece la búsqueda de una vida más digna para todos los peruanos, sin excepción.
Escudada en el formalismo legal, se negaba a comprender que aquellos a los que maltrataba como ignorantes, no sólo produjeron la mayor derrota política de este gobierno –de alcance estratégico, por poner en cuestión el modo sesgado de entender el desarrollo, la democracia y aún la modernidad, del que participan García y Palacios-, sino que con ello han abierto un nuevo escenario político, con actores y agendas alternativas.
De lo que no cabe duda es que ella, como García, nada ganó en perspectiva, en capacidad de entender el país, en vocación de diálogo. Sentenciando, con ridícula autosuficiencia: “ustedes no me van a entender nunca”, canceló para sí la posibilidad de notar que sus interlocutores, aleccionados por siglos de humillación, la entendieron, a ella y sus pares de mentalidad etnocéntrica y autoritaria, mucho más de lo que pueda imaginar, y por eso reclaman la construcción de un país que reconozca con orgullo su matriz indígena y el potencial de modernidad alternativa que contiene (respetuosa de la diferencia, criadora de la vida y su diversidad, con cuidado de la tierra), desplegada ya, ante sus ojos ciegos, en la creatividad de migrantes e informales, que hace tiempo está produciendo una revolución silenciosa y hoy empieza a manifestar su voz en el terreno decisivo de la política.
En una grave situación para el país, producto precisamente de la intolerancia y la exclusión (la mayor de ellas siempre será presumir que el otro carece de razón; anulándolo como interlocutor; convirtiendo la entrevista en patética parodia de un diálogo inexistente, cerrado desde el inicio), esa actitud, refrendada con la obsesiva pregunta –en insoportable tono descalificador- sobre qué ganaron con su lucha, equivale a la de Alan García, que en su último artículo reincide en la lógica de la confrontación, apelando a la surrealista visión de un complot extranjero contra el Perú, con guerra fría incluida, con él como baluarte de la democracia (¿!), y no favorece la búsqueda de una vida más digna para todos los peruanos, sin excepción.
Escudada en el formalismo legal, se negaba a comprender que aquellos a los que maltrataba como ignorantes, no sólo produjeron la mayor derrota política de este gobierno –de alcance estratégico, por poner en cuestión el modo sesgado de entender el desarrollo, la democracia y aún la modernidad, del que participan García y Palacios-, sino que con ello han abierto un nuevo escenario político, con actores y agendas alternativas.
De lo que no cabe duda es que ella, como García, nada ganó en perspectiva, en capacidad de entender el país, en vocación de diálogo. Sentenciando, con ridícula autosuficiencia: “ustedes no me van a entender nunca”, canceló para sí la posibilidad de notar que sus interlocutores, aleccionados por siglos de humillación, la entendieron, a ella y sus pares de mentalidad etnocéntrica y autoritaria, mucho más de lo que pueda imaginar, y por eso reclaman la construcción de un país que reconozca con orgullo su matriz indígena y el potencial de modernidad alternativa que contiene (respetuosa de la diferencia, criadora de la vida y su diversidad, con cuidado de la tierra), desplegada ya, ante sus ojos ciegos, en la creatividad de migrantes e informales, que hace tiempo está produciendo una revolución silenciosa y hoy empieza a manifestar su voz en el terreno decisivo de la política.
"Sigo conversando aquí pero, en fin, no nos vamos a poner de acuerdo porque ustedes no me van a creer nunca"
No hay comentarios.:
Publicar un comentario