Qué saludable es la pluralidad informativa. Tan saludable como escasa. El lunes, mientras Patricia Janiot, de CNN, llamaba a quien ha usurpado la cancillería hondureña “señor canciller”, Telesur mostraba la rabia popular en las calles y transmitía en directo la reunión celebrada en Managua con la presencia de Manuel Zelaya (presidente de Honduras, oficialmente reconocido por la comunidad internacional) más varios mandatarios latinoamericanos, representantes de las cancillerías de la región y el secretario general de la OEA, Miguel Insulza. Allí, en un estado efervescente que no es común en este tipo de reuniones, hubo un consenso general sobre el aislamiento al que se debe someter a los golpistas. No hay otra.
Creo que Barack Obama fue más claro que ningún otro presidente de la historia estadounidense en su visión de qué debe significar la democracia con referencia a América Latina: “La maniobra que condujo al derrocamiento de Manuel Zelaya es ilegal. Él fue elegido democráticamente, no había terminado aún su mandato, y es el único presidente que nosotros reconocemos”, y agregó: “Sería un grave precedente si comenzamos a retroceder a la época en que veíamos golpes militares como una forma de transición política, en lugar de elecciones democráticas”.
Ese es el problema que trasciende al propio Zelaya y que la ceguera y la codicia provinciana de los políticos hondureños fue incapaz de percibir. No se trata solo de Honduras, se trata de sentar un precedente cuyos antecedentes históricos resucitan las peores pesadillas de nuestra vida republicana. Si los golpistas se salen con la suya en Honduras, quién nos asegura que no aparecerán otros aventureros dispuestos a emular la 'hazaña’ de interrumpir un proceso democrático. Es la llamada 'Teoría del Dominó’, que surgió durante la Guerra Fría y que afirma que el éxito de una conducta impulsa a otros a replicarla. Sin mencionarla, el presidente Obama hace alusión directa a ella en los párrafos antes citados.
Si bien este modelo sigue dejando mucho que desear, pues tiene claros problemas para lograr una distribución más equitativa y racional de la riqueza, representa, al menos, un intento de convivencia civilizada a partir del cual se puede avanzar en la procura de un mundo cuyos valores apunten al respeto por la vida y a la consagración, ya escrita y repetidamente recitada, aunque no siempre cumplida, de los derechos que cada ser humano posee por el solo hecho de ser parte de esta humanidad.
Quizá lo ocurrido en Honduras, si se resuelve en el sentido que parece marchar la historia, sirva para reafirmar principios y valores que, aunque prendidos con alfileres, son hitos en esta difícil construcción de una sociedad que satisfaga las necesidades de todos sus integrantes y que, a la vez, asegure la sostenibilidad, incluyendo todas las formas de vida, de su proyecto.
La unanimidad que observamos en la reunión de Managua ha sido un mensaje que en algo, al menos, salvo el señor Micheletti, todos están de acuerdo.
Creo que Barack Obama fue más claro que ningún otro presidente de la historia estadounidense en su visión de qué debe significar la democracia con referencia a América Latina: “La maniobra que condujo al derrocamiento de Manuel Zelaya es ilegal. Él fue elegido democráticamente, no había terminado aún su mandato, y es el único presidente que nosotros reconocemos”, y agregó: “Sería un grave precedente si comenzamos a retroceder a la época en que veíamos golpes militares como una forma de transición política, en lugar de elecciones democráticas”.
Ese es el problema que trasciende al propio Zelaya y que la ceguera y la codicia provinciana de los políticos hondureños fue incapaz de percibir. No se trata solo de Honduras, se trata de sentar un precedente cuyos antecedentes históricos resucitan las peores pesadillas de nuestra vida republicana. Si los golpistas se salen con la suya en Honduras, quién nos asegura que no aparecerán otros aventureros dispuestos a emular la 'hazaña’ de interrumpir un proceso democrático. Es la llamada 'Teoría del Dominó’, que surgió durante la Guerra Fría y que afirma que el éxito de una conducta impulsa a otros a replicarla. Sin mencionarla, el presidente Obama hace alusión directa a ella en los párrafos antes citados.
Si bien este modelo sigue dejando mucho que desear, pues tiene claros problemas para lograr una distribución más equitativa y racional de la riqueza, representa, al menos, un intento de convivencia civilizada a partir del cual se puede avanzar en la procura de un mundo cuyos valores apunten al respeto por la vida y a la consagración, ya escrita y repetidamente recitada, aunque no siempre cumplida, de los derechos que cada ser humano posee por el solo hecho de ser parte de esta humanidad.
Quizá lo ocurrido en Honduras, si se resuelve en el sentido que parece marchar la historia, sirva para reafirmar principios y valores que, aunque prendidos con alfileres, son hitos en esta difícil construcción de una sociedad que satisfaga las necesidades de todos sus integrantes y que, a la vez, asegure la sostenibilidad, incluyendo todas las formas de vida, de su proyecto.
La unanimidad que observamos en la reunión de Managua ha sido un mensaje que en algo, al menos, salvo el señor Micheletti, todos están de acuerdo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario